Quantcast
Channel: Proyecciones blog
Viewing all articles
Browse latest Browse all 45

Diez mil kilómetros

$
0
0

1- CONOCIENDO

J.
–Sigo sin estar convencido de hacer esto, que quede claro. Y tampoco me convence eso de que escriban sobre mí. Usted puede moldear la historia, literalmente. No me gusta sentirme plastelina, ya me sentí plastelina durante no pocos años de mi vida.
»En la universidad estábamos al margen, los tres. No se hace una idea. El problema es que no nos callábamos. Muchos alumnos se callaban durante esa especie de intifadas verbales supuestamente feministas o identitarias. Se podían dar en cualquier momento, en cualquier clase, con profesores o profesoras. La mayoría del profesorado callaba y otorgaba, o directamente daba pábulo a las teorías de género más estúpidas y acientíficas que pueda usted imaginar.
»Un día una alumna interrumpió la clase de biología molecular para para decir que la ciencia estaba colonizada por el hombre blanco europeo. Dijo no sé qué del horóscopo, y luego que había ciertas zonas de África en las que se practicaban todo tipo de rituales vudú, incluso una magia negra con la que los chamanes eran capaces de lanzar rayos con las manos.
»El hombre blanco había ocultado todo eso. Había diseñado la ciencia a su imagen y semejanza, como un Dios cutre demasiado obsesionado con racionalizarlo todo.
Era una trampa, una ciencia normativa. Nos confundía y cegaba. Fue entonces cuando R. se levantó y dijo que por favor, que todo eso eran gilipolleces. Dijo que estaba harto de oír gilipolleces en la universidad.
Se armó bastante revuelo. El profesor al mando se mantenía neutral. Alguien dijo totalmente en serio que en África se lanzan rayos con las manos, y el profesor se mantuvo neutral.
»Esa deriva irracional y desquiciantemente emocional era transversal a todos los contenidos académicos. Cuando tienes unos años más te das cuenta de lo idiota que eras de joven, pero yo empecé a sospecharlo ya en ese momento, mirando a mi alrededor.
Como ya le he dicho, nosotros estábamos al margen. La onda expansiva de llanto, de teorías arbitrarias y lenguaje inclusivo, apenas nos alcanzaba, porque nos mantuvimos refractarios casi desde el principio.
»Un puñado de ateos diciéndote que creas. Lo sienten en su pecho, en su estómago; ¿cómo es posible que nosotros no lo sintamos? ¿Como puede ser que no nos etiquetemos, que no seamos anticapitalistas, antirracistas, feministas, veganos, republicanos?; o sea, ¿cómo puede ser que no seamos nada en particular?
¿Personas? ¿Qué significa eso? Es vago, impreciso, no importa lo bien que trates a los demás: claramente blanqueas el Mal.
»Poco a poco fui teniéndolo claro. Hay que largarse. Estábamos en segundo de carrera, remando en aguas hostiles, entre patéticos aliados y locas del coño. Había que largarse, lograr una posición al margen del margen. Ni capitalistas ni anticapitalistas, unos auténticos fascistas en la versión oficial. Delincuentes por una vez y para siempre, lejos, con pasta como para olvidarse de la pasta, sin política, sin gilipolleces, en un lugar templado, de temperatura estable, junto al mar.
Nos dijimos que siempre se cuenta la historia que acaba con los atracadores en la cárcel o muertos. Nunca se habla del ladrón que se sale con la suya. Quizá porque ha logrado incluso eso: anonimato.
Pero esa historia también existe. Está más claro que el agua.
Llegar a esa conclusión nos pareció una auténtica revelación. Se acabó y que os follen.

R.
»Asistía poco a las clases. Quería echar un polvo, era lo único que me interesaba. Y cuando lo echaba, quería echar otro. Eso era lo único que me acercaba a la universidad.
»Pero me topé con que mucha gente joven ya no creía en eso realmente, como si ya no fueran de carne y hueso o eso les avergonzara. Se conformaban de ideas, ideas rebuscadas, cuanto más, mejor, porque eran la primera generación que sabía cómo arreglar las cosas. De modo que se lo tomaban en serio. No estaban para chorradas. Se habían vuelto la hostia de cuidadosos, cuando no puritanos. Cualquier muestra de espontaneidad les hacía pensar en el acoso y la violencia, en el sistema de opresores y víctimas que veían allá donde miraran.
Follar es la hostia de vulgar. La peña tenía asuntos más serios de los que ocuparse. Algunos estaban realmente jodidos, se sentían culpables. Y me refiero a culpables por movidas del pasado, guerras e historias de sus bisabuelos. O sencillamente por su raza, o por haber nacido varones. No tenían ni veinte años y actuaban como si tuvieran sesenta, hubieran hecho algo terrible antaño y se dieran cuenta por fin de todo el daño infligido.
Habías tías que decían que se sentían violadas cuando otras mujeres eran violadas. Algunas no habían echado ni un polvo. El rollo de la sororidad.
La verdad es que todo eso me sonaba bastante guay al principio, “estoy con los buenos”, pensaba, peña sensible, dispuesta a ayudar, arreglar, enmendar. Pero el segundo año ya era un auténtico coñazo, un rollo siniestro.
Parecía que realmente deseaban que pasara algo, un buen caso de abusos, una movida racista, un buen follón. Necesitaban su chute, ejemplos que refrendaran su alarmismo. Empecé a sospechar que el objeto del activismo era el propio activismo, un sustitutivo de ir a los billares o comerse una hamburguesa y flirtear.
Ya no distinguían un roce de una experiencia traumática. La peña empezaba a emparanoiarse en serio.
»Comencé a quedar con mujeres mayores. Les sudaba el coño toda esa movida. No creían en ella ni por asomo. Tenían su vida más o menos amueblada y querían follar con alguien a quien le gustara de verdad follar. Nada de sexo inseguro trufado de miedo, preguntas y dudas. Stop moñas de nuevo cuño.
Instinto, carne, cachetes, algún salivazo, un poco de vida y agradecido descontrol. Seres humanos reconociéndose como tales.
En eso estaba yo.
»Lo de pegar el palo surgió sobre todo de J. Primero creía que era coña, pero no dejaba de hablar de ello. Yo pensaba en mi familia. Él decía que eso era la bola y la cadena. No había manera de ser libres si no era cortando por lo sano. Ni se imagina los discursos que construimos y alimentamos.
»Pensábamos en el tiempo. Cuando hayan pasado un par de años, nos decíamos, ¿quién coño va a seguir buscándonos? La rutina se lo come todo, es voraz que te cagas, el tiempo es omnívoro, implacable, nunca se rinde, no hace rehenes ni excepciones.

V.
Durante un tiempo me parecía estupendo, positivo, inteligente. Todo el rollo de la universidad. Me uní a un grupo de chicas. Lo que antes era montar una banda de rock, había mutado en quedadas ideológicas semanales. Los tíos, el sexo, lo de hacerlo o no hacerlo, el lesbianismo político (algunas fantaseaban con hacerse lesbianas), hablábamos de todo, aunque nunca de forma cauta o en buenos términos.
Cuanto más asistía a esas charlas en grupo, más miedo tenía de socializar con chicos o salir a la calle. Me costó un tiempo admitirlo en voz alta. Era como cuestionar el cristianismo delante de San Pablo.
»Había una chica mayor que el resto. Editaba una revista digital de contenido teóricamente feminista. Era la cabecilla, nos reuníamos en su piso. Al principio me parecía un ser de una inteligencia superior. Hacia el final, tres meses después, la veía como una persona seriamente dañada, amargada, con alguna patología mental profundamente arraigada.
»Una día expulsó del grupo a una chica de primero. Hacía preguntas claras y directas, quería pruebas y comparativas, no aceptaba las generalizaciones. Para resumir: no tenía verdadera fe, de modo que no se creía nada porque sí.
Un día salió a colación la brecha salarial. Tema tangible, calculable, se podía medir mejor que otros, aunque también discutir. Pero allí no íbamos a discutir, no estábamos allí para confrontar ideas. Cristo había resucitado y punto.
Pero la chica de primero decidió opinar otra vez. El demoníaco individualismo liberal.
Dijo que la brecha salarial surgía de un cálculo global y vago: pasta que ganan todos los hombres contra pasta que ganan todas las mujeres. No se tenían en cuenta las variables, los motivos, las elecciones de las personas, la peligrosidad o no de los empleos. Etcétera. En realidad esa desigualdad-producto-del-machismo ya era una teoría de sobras desmontada, pero en aquel momento yo no podía saberlo. O más bien no quería. En una sociedad patriarcal las cosas pasan por un solo motivo. Era maravilloso que todo fuera tan fácil.
La chica de primero tenía el pelo muy corto, una cara redonda y dulce, cinturita, unas tetas grandes y respingonas y un culo al estilo TikTok. Y nuestra cabecilla, no.
Ahora estoy convencida de que aquello no ayudó.
Pensé mucho en ello. Las chicas de aquel grupo no éramos distintas al resto de las personas. Al final resultó que también estábamos rellenas de tripas y fluidos. Pedos andantes igual que el resto. Desinformadas o sobreinformadas de la misma manera. Con necesidad de pertenecer a un grupo como todo hijo de vecino. Maleables y con una porción mínima de la información, con la que pretendíamos descifrar el mundo, exponerlo y salvarlo.
Teníamos 19 años.
»Algo se desató en mí, empezaba a estar muy harta de intentar sacar algo bueno de unos vendemotos u otros. Creo que eso influyó.
»¿Le importa que fume?
»Yo no quería formar parte del atraco. Al menos no al principio. J. se creía más listo de lo que era y R. me tiraba los tejos. Eran dos cerebritos, de todas formas, incluso R., aunque eso es algo que también se ha dicho de mí, despectivamente, por supuesto, justo después de abandonar el grupo feminista.
»No sé si pedirle que entrecomille la palabra feminismo.
»¿Sabe qué?, haga lo que quiera.
»Simplemente dejé de asistir.
Unos días después la cabecilla me abordó camino a la universidad. Es curioso cómo no sabíamos realmente nada de ella, sólo conocíamos sus excreciones verbales. Su Evangelio.
Era como un planeta pequeño con unas gafas moradas. No te era difícil imaginar una infancia marcada por el bullying; puede que incluso algún abuso, palizas, una violación. Tardas un tiempo en darte cuenta de que una persona que ha sufrido no tiene necesariamente la razón. Entender ciertas actitudes no significa compartirlas.
En mi penúltima asistencia a las reuniones, había comentado mi miedo creciente a casi todo desde que asistía a dichas reuniones. Y que no me parecía normal, porque el mundo de ahí afuera era el mismo. Vivíamos y vivimos en uno de los países más seguros con diferencia para las mujeres, y yo pasé a tener un miedo cerval en las calles más o menos solitarias en las que veía a algún fulano caminando por la otra acera, escuchando distraídamente un podcast, o quizá lanzando una mirada fugaz y rutinaria a mi culo. Ajeno por completo a mi persona, en realidad, centrado en sus asuntos, completamente inofensivo.
Yo sabía y sé que puntualmente pasan cosas terribles, pero mi nuevo yo siempre mirando hacia atrás y vigilando no tenía ningún sentido de ser, y tampoco lo tenía el exigirle a la calle la seguridad del salón de mi casa.
Cuando abandoné el grupo, volví poco a poco a sentirme más tranquila: relajada en casa y vagamente alerta en la calle. Como antes, como todas las mujeres, como todos los hombres. De hecho como todos los críos. Lo pensé, había sido más tonta que cualquier crío de diez años.
»Enseguida llego al atraco, esto es importante.
»Mi cabecilla me habló con voz suave. Cuando hacía eso era cuando más me parecía la gurú de una secta.
No entendía mi miedo creciente, del que se acordaba muy bien. Le dije que no era mi miedo, sino el suyo, me lo había contagiado.
Continuó con su suave tono de voz. Empecé a impacientarme. Creo que nunca la oí hablar sin mencionar el Patriarcado. En ese momento ya me parecía alguien a quien mantener lejos de las niñas de quince años.
Se lo dije.
Comenzó a gritarme. Se acabó el tono de secta, o quizá se acentuó. Dijo que me había convertido en una alienada más, una cómplice de cada violación y asesinato perpetrado por los hombres blancos cishetero. Estaba blanqueando el terrorismo machista.
Le dije que buscara el significado de esas palabras y me fui alejando. Ella no dejaba de gritar. Un par de chicas del grupo nos oyeron y acudieron a intentar calmarla. Miradas asesinas. Se la llevaron y nunca más la volví a ver.

Días después se lanzó desde la azotea del rascacielos Tudor.

2- INICIAR

V.
Se espachurró contra el suelo. Esa fue la palabra que usó una compañera mía (ajena al grupo) para describirlo. Reventó como un enorme globo de agua activista, salpicando tripas, sesos, grasa y huesos en todas direcciones. Una tienda Apple hecha un asco, un crío de cinco años con la esquirla de una costilla clavada en un ojo, unas cincuenta personas –al menos diez de ellas salpicadas– con esas imágenes en la cabeza mientras intentaban dormir esa noche. Días más tarde aún se encontraban dientes o se veían restos a distancias increíbles.
Ciento treinta kilos. Ciento cuatro pisos. Dos más que el Empire State.
»Al principio recibí la noticia como cualquiera. Estupor y dudas. Aunque no muchas dudas si lo pensaba: cómo era, cómo se expresaba, cómo miraba en torno. No creo demasiado en las señales suicidas, pero a toro pasado unos suicidios te extrañan menos que otros.
»No es que comenzara a sentirme culpable, pero ¿era parte del detonante? No puedo imaginar hasta qué punto le afectaban las cosas, cualquier mínimo encuentro, palabra, mirada. No digamos un encontronazo o una discusión. Pensé que debía estar cobrando algún tipo de pensión por invalidez física. No investigué, la verdad.
»El caso es que luego comencé a verme con J. y R. J. me gustaba un poco y R. siempre andaba con él. Comenzaron a hablar del atraco. Yo sólo quería intercambiar libros o pelis con ellos, cosa que hicimos durante un tiempo. Universitarios culturetas intentando ver más allá. Las películas, la música, las novelas de Thomas Pynchon, nos encantaban las novelas de Thomas Pynchon. Comenzamos a estrechar vínculos como trío.
Supongo que necesitaba un viraje brusco, un cambio narrativo radical, pynchoniano, sin aparente sentido pero con todo el sentido. Quizá incluso me atrajese un poco el peligro. La rutina habitual en la ciudad comenzó a parecerme cada vez más y más deprimente, y el futuro menos y menos prometedor.
No es que quisiera marcarme una espantada tipo Alexander Supertramp. No quería cambiarme el nombre e irme a Alaska con un librito de Jack London y otro sobre plantas comestibles.
»Tampoco voy a ningún lado concreto con esto. No hay una justificación sofisticada para lo que hicimos. En mi caso fue una especie de boutade vital, si lo quiere ver así. No creía mucho en eso de dar el gran golpe y largarse a parajes más cálidos. Puede que me pareciera más una aventura. En algún momento pensé que podía ser extraña pero definitivamente cool explicarlo en el futuro. Como la chica que soy, con mis pintas, quizá no un pibón pero sí una vecinita muy a tener en cuenta. Y que la vecinita una noche de verano silenciara a todos, sembrando la duda. Yo, V., contando con pelos y señales la historia de cómo atraqué un banco con dos compañeros de la universidad.

R.
Me dejé llevar. Siempre he funcionado más o menos así. Puede preguntarme lo que quiera, repreguntar, dudar, insistir o irritarse. Pero la respuesta será casi siempre la misma. Usted quiere saber por qué lo hicimos. Le parece increíble que tres universitarios intelectualmente presentables tomaran semejante decisión. Podríamos haber aguantado, haber acabado la carrera, explorado algún camino menos peligroso, más legal. Usted cree que nos hubiéramos centrado, que sólo era una cuestión de tiempo.
»Es probable que tenga razón, pero imagínese dónde estaríamos ahora…
No se preocupe, respetaré la cronología. Pero no espere respuestas muy jugosas cada vez que quiera entender. No pensábamos en esos términos. Cuando decides coger un atajo radical en la vida, no puedes permitirte el lujo de analizar tus planes o ideas de forma racional. Mire, quizá ese ambiente histérico de la universidad sí había permeado en nosotros, pero no de la forma esperada. J. y yo no nos comenzamos a sentir culpables como varones por todas las desgracias de la historia, y V. no se dejó arrastrar como mujer, ni siquiera habiendo estado en el ojo del huracán.
Eso me encantaba de ella, esa evidente independencia. Eso que llaman empoderamiento siempre me ha sonado a complejo de inferioridad. Si hay un perfil de mujer que se podría describir como empoderada, despojando la palabra de sus connotaciones victimistas, desde luego no sería la feminista universitaria al uso. V. jamás se habría declarado una mujer empoderada, porque para ella eso suponía admitir un pasado de fragilidad, debilidad o sufrimiento por el hecho de ser mujer, lo cual no había sido su caso. Hubiera sido como mentir, como declarar que era débil, que siempre lo había sido.
V. es la auténtica mujer empoderada, porque jamás se le ocurriría describirse así.
»Me dejé llevar. ¿Estaba muy convencido? Oiga, honestamente creo que mis únicos momentos de convencimiento total respecto a mis planes e intenciones, son con un coño delante. El resto siempre es demasiado duro o vaporoso. Basta que des un traspiés tonto por la calle para despellejarte una rodilla. Reconozco que a veces comer se puede parecer un poco a follar, pero cuanto más rico comes… ya sabe usted. Comer es necesario, un placer y a la vez una trampa.
Ya sé que el sexo conlleva sus problemas potenciales también, pero yo soy lo que se dice un chico sexualmente responsable, un muchacho sencillo, un empotrador. Hay que ser limpio y prudente, y hay que comunicarse con los ojos, con las manos, y se puede hablar, por supuesto, pero creo que el famoso consentimiento verbal es una máquina de provocar gatillazos y secar vaginas.
»¿No era esa la intención, que divagáramos un poco? Así es como mejor se conoce a la gente; un discurso preparado es sólo una mentira ampulosa.
Me dejé llevar y le dije a J. que vale, que muy bien. ¿Cuántos años te pueden caer por salir esposado y con un pasamontañas de un banco? Qué coño, adelante J., cuéntanos, ¿cómo lo quieres hacer?, conviértenos en leyenda.

J.
Si quiere saber cómo me sentía, la verdad es que me sentía como la gran polla. El Rey de la montaña. Estaba tan convencido de que todo iba a salir bien, que ni siquiera me irritaban las dudas ajenas, las advertencias, los consejos. Creo que V. pensaba que sólo era un juego, que se detendría después de comprar los pasamontañas, que ni siquiera íbamos a comprar armas de fuego. ¿Qué íbamos a hacer nosotros con pistolas? Pues concretamente, nada, porque no compramos balas. Sólo preparábamos la puesta en escena. Casi todo iba a ser igual que en el rodaje de una película. Por un momento pensé incluso en grabarlo de algún modo. Mirad, así nos hicimos asquerosamente ricos. Yo mirando a cámara, presentando la peli en video para Venecia, Cannes, Berlín. En camisa hawaiana y sujetando alguna bebida exótica con monísimas sombrillitas. El público pensando algo que decir para después, un modo elegante de juzgarme, pero riendo y envidiando por dentro.
»El auténtico reto era no convertirnos en el enésimo relato moral.
Por más confiado que estuviera, eso sí, igual tenía que ir a dormir la noche antes, despertar a la mañana siguiente y afrontar los hechos. Cabeza, tripas y corazón nunca se quedan quietos, da igual lo decidido que seas, nunca estás vacío, nunca logras ser lo suficientemente psicópata. Todo el mundo querría tener esa habilidad, ese interruptor para desactivar el miedo o el sufrimiento, pero esa mierda siempre está ahí, más o menos presente, agazapada. Le gusta salir de noche, cantar ópera en tu pecho y retumbar en tu cabeza.

3- TODA LA VERDAD

J.
Conocía a un colega de mi padre. Un delincuente menor vocacional. Johnny.
No se llamaba así, era más bien un autoapodo. Durante un tiempo mi padre curró de guardia de seguridad. Johnny era alto y desgarbado, y le gustaban las joyerías. Le gustaba controlarlas, como él decía, ir de visita diurna, charlar con alguna dependienta. A las dependientas les encantaba Johnny. Él se inventaba una novia a la que planeaba regalar algo. Fingirse con pareja era perfecto para flirtear. De paso controlas la ubicación de las cámaras de seguridad, el transito de los seguratas, qué ambiente se respira en general. Te haces un mapa mental, te familiarizas y haces memoria. El día es para estudiar, la noche para trabajar.
Mi padre conoció a Johnny porque Johnny siempre ha sido un atracador nefasto. Mal planificador, cero intuitivo, cero violento. Un folladependientas envidiable, eso sí. Follamigo ejemplar, nunca se pelea con nadie. Nadie le tiene muy en cuenta excepto para un casquete o una detención rápida. Un polvo con Marisa la casada o un repaso de ficha policial con el comisario Ibáñez. Una rutina de contrastes.
Johnny tampoco usaba nunca balas, y él nos prestó un par de pistolas Star. Clásicas, pesadas, justo lo que necesitábamos. Le mentimos, le dijimos que queríamos rodar un corto. No nos creyó, o sí, o más bien le importaba un carajo. Debía estar pensando en alguna Sandra o el siguiente abogado de oficio.
»Primero pensé que lo ideal era ir a la hora en que abriera la sucursal bancaria. Ya teníamos una favorita. Consulté en Google. Descubrí que cuando abren no es buena idea actuar, es probable que haya más seguridad que en cualquier otro momento. Además es un puto banco, seguramente abren desde dentro siguiendo unos cien protocolos. No es Julián abriendo el quiosco.
Decidí que era mejor esperar, hablarlo.
»Curiosamente los pasamontañas resultaban más amenazantes que las pistolas. Incluso comprados por Amazon. Transmitían peores augurios. Las pistolas descargadas tienen algo de juguete, y nuestra generación aún jugó a dispararse a los nueve años. Quizá por eso acabamos atracando un banco… Ahora para mucha gente eso es de una lógica aplastante. Todo descodificado en dos patadas: películas, videojuegos, juguetes violentos y porno. Prohíbe esas industrias y prepárate para una Arcadia feliz.
¿Usted también lo cree?

R.
Todos los preparativos, sí. Recuerdo más bien poco. Si le digo la verdad, era casi verano y yo andaba mucho más salido de lo habitual. Pero estaba bastante colado por V. Cualquier buen pajillero sabe que no es bueno colarse. Te jode gran parte del rollo masturbatorio; nunca sabes si pensar en Ella o si liarte con el porno. Si piensas en ella es como profundizar más en el cuelgue, y si entras en Pornhub es muy probable que ella se te cruce por la mente en el momento preciso. Es una mierda.
»De liarte con otra ni hablamos. Ella se podría enterar y le importaría un carajo, pero a ti no. Colgarse es una mierda.
»Recuerdo verme en el espejo con el pasamontañas puesto y la pistola en la mano. ¿Qué le pasaría a usted por la mente? A mí poca cosa, la verdad. Éramos unos críos, no había motivo para aquello. Yo podría entender a un grupo de adultos desesperados, arruinados, ansiosos por alimentar a sus hijos o tener un respiro. Pegas un palo, te sale medio bien y logras un mes de margen, aunque sólo saques calderilla. Le ganas una pequeña partida a la vida. Lo entiendo. Pero ¿nosotros?
»Nunca en la historia de la humanidad ha habido una generación más privilegiada y a la vez malcriada y quejicosa. ¿Usted a qué cree que se debe?
»Yo tengo una teoría: No se ha encontrado un sustitutivo para el guantazo.
El guantazo era una mala idea, lo reconozco. Cortaba ciertas gilipolleces por lo sano, pero a la vez infundía miedo. Era una limitación de los padres, es cierto. Pero todos sabemos también cómo son los críos. Aunque no los tengamos, hemos visto críos ajenos, y a veces basta una hora para querer mandarlos a diez metros de una patada. Sólo decirlo es un alivio. Pequeños dictadores egoístas que saben que hagan lo que hagan ya nadie les va a tocar.
Ahora no les tocamos, pero no hemos llenado ese hueco. Hablas, sí: habla con un crío de cinco años que ha decidido que es divertido llevarte la contraria, correr hacia la carretera, ponerse en peligro, romper la vajilla, insultar, pegar a otro crío, tocarle los huevos a un perro. La lista es interminable.
Te toca razonar con alguien que NO razona y no ve motivo alguno para hacerte caso. Ya no.
Y esa generación de intocables llega a los quince años, a los diecinueve, a los veinticinco. Y cree que la violencia es no poder pasear con tranquilidad por un callejón a la tres de la madrugada. O que una violación es aquella vez que accediste a follar con un chico aunque no tenías muchas ganas.
Apenas se han rozado con la vida, y se han convertido en puta gelatina.
»¿Será posible que nosotros buscáramos una dosis de violencia, llenar ese hueco?
»Sólo es una teoría.

V.
“¿Toda la verdad?” ¿Puede haber algo más falso?
Usted decide. Yo no hablo por los demás. Si no incluye sus versiones del atraco en sí podría faltar a parte de la verdad. Quizá debería ver esto como un puzzle. Si siente que nos reímos de usted, o que no tenemos chicha para su búsqueda del Pulitzer, puede empacar y largarse.
»Quizá haría bien en decirnos a las claras cuál es el enfoque del gran reportaje. Aunque supongo que aún no lo sabe. Es un escritor intrépido en busca de las zonas grises, ¿verdad? Debe sentirse muy solo.
Si a estas alturas de su gran obra aún no se ha descrito cómo se llevó a cabo el atraco, si como dice le han dado dos versiones que no tienen nada que ver entre sí, supongo que ya sospecha que yo le daré otra versión distinta que le confirmará que no queremos soltar prenda de cómo lo hicimos.
»A veces acertar es una mierda, a que sí.
»Yo tenía preparada una historia cojonuda a lo Ocean’s Eleven, pero como usted vea.

4- UN HUEVO DE PASTA

V.
Se puede fiar de esto: no tengo ni idea. Ninguno lo ha contado todo. Lo vi, sé que hay lo suficiente. ¿Le basta la medida: un huevo de pasta? Es lo que dice siempre R. Un huevo de pasta, un pastizal, un montón de lana. Lo único que no podemos comprar es la inmortalidad; aunque sí toda la salud disponible.
»Lo sorprendente es que me puedo fiar de ellos. Todos notificamos más o menos nuestros gastos. Pero a nadie le interesa coleccionar coches, aviones o casas. En plan ricachón sólo nos planteamos una vez comprar la isla. Pero nos dio pereza en cuanto atisbamos el papeleo. Hemos tenido que hacer otros cambios que no mencionaré.
»Todo el mundo nos imagina en una isla. Concedámosles eso: sí, estamos en una isla. No nos importa reconocerlo.
»¿Está seguro de estar enfocando bien todo este asunto? ¿Conoce el hotel Tudor?

R.
Nunca había pensado en el dinero. Me daba igual. Seguro que ya sabe cuáles son mis intereses principales. La primera vez que pensé detenidamente en el dinero fue teniendo esas sacas repletas delante. Ahora ya sabe lo que nos costó conseguirlas, pero aun así, no nos engañemos: era dinero fácil. Una cantidad ridículamente grande a cambio de un esfuerzo, bueno, quizá no pequeño, pero de un solo día.
Es lo que la gente llama: coger un atajo. Luego añaden que eso siempre se paga, que nunca te sales con la tuya. De un modo u otro, la vida te pone en tu sitio.
En fin, seguimos esperando.
»No negaré que pensé en irme de putas de lujo por todo lo alto. Meh, la idea perdió fuerza en mi cabeza a medida que la iba madurando. Respeto a las profesionales, pero lo que de verdad me interesa es un chica con la que tenga cosas en común. Mi versión femenina, o lo más aproximado. Alguien que sepa echar un buen polvo sin comenzar a contaminarlo con alguna especie de culpabilidad moderna sobre lo desaconsejable de follar porque sí. Alguien que sepa utilizar y dejarse utilizar. Que no lo convierta todo en un trauma potencial.
»¿V.? Sí. Cómo se lo explico. Ya lo he dicho, V. me gustaba, pero, ¿alguna vez ha sentido que no quería estropear algo más grande que su cuelgue por alguien? Todo iba la hostia de rápido. ¿Qué hubiera podido pasar si yo intento ligarme a V.? No digo que tuviera posibilidades, pero… En fin. Aunque quizá sí lo intentara…
»Supongo que sabe que todo esto va más allá del dinero y el atraco, ¿no? ¿Sabe que ahora me aburren soberanamente las películas de atracos? No puedo ni verlas a no ser que sean de los 70 hacia atrás. Las clásicas no se preocupaban por el verosímil que ahora te quieren vender algunas pelis. Eso les daba encanto, se reconocían como pelis. ¿De qué estoy hablando?

J.
Qué puedo decir. Todo salió bien.
Ahora ya sabe que no fue fácil. No es fácil apuntar a alguien mucho más grande que tú a la cara, sobre todo con un arma descargada. Tampoco te podías fiar de los clientes, por muy en el suelo y boca abajo que estuvieran.
Pero vaya, ya le he hablado de todo eso.
Cuando huíamos en el coche, me observaba las manos, temblaba como una hoja. Estábamos cruzando la famosa línea roja sobre la que se han hecho miles de películas.
»Para mí el dinero es casi una cuestión abstracta. Creo que se define mejor con el modo en que habla de él la gente que no lo tiene. Es un fenómeno creciente ahora. Muchos pugnan por parecer los más virtuosos. No es de extrañar que pierdan el culo por demonizar a quienes se mudan a países con menor carga fiscal. ¿Se da cuenta? Te quieren vender que ellos no se mueven de su país no porque tengan ataduras familiares, laborales y de todo tipo, sino para pagar ética y responsablemente sus impuestos bajo la bandera correcta… Y quieren que les compremos esa moto, que les felicitemos con una amplia sonrisa por lo jodidamente equilibrados y bondadosos que son.
La humanidad, la generosidad infinita de quien nunca ha sido tentado.
Siempre arrastrando la misma contradicción castrante: quisieran tener mucha pasta, pero odian a quienes tienen mucha pasta. Un odio político, inflado por intereses (de otros, por pasta), y también bastante simplista.
»Imagínese salir de ese circuito. Los pobres, los ricos, los manipuladores… Como delincuente estás exento, tanto los unos como los otros como los de más allá, te señalan: has robado a los tres.
Exento para mal. Pero con pasta.
Amueblas bien tu apartamentito en el Infierno.

5- DIEZ MIL KILÓMETROS

J.
Era la imagen que yo perseguía. El resto lo puede considerar paja. Tírelo a la basura. Eliminar de la papelera de reciclaje.
Yo quería ver el morro de nuestro coche (la volkswagen de mi madre, finalmente) tragándose una carretera soleada, rumbo a tomar por culo.
Mucho espacio detrás para la pasta y un plan mejor trazado de lo que parece.
El sol abrasando el viaje, la universidad cada vez más lejos, el futuro, incierto. Todo lo contrario a los deseos de nuestros padres. Los padres casi siempre quieren lo mismo para sus hijos; en resumen: una vida larga y aburrida, exenta de sobresaltos. La mayoría de gente aspira a eso, nadie lo consigue realmente, y luego buscan que se materialice en sus hijos. Una cadena de fracasos en busca de la mediocridad. Nadie que se considere inteligente intenta triunfar, o al menos experimentar un poco en su puñetera y única vida. De ser por esa inteligencia media tan humilde y conformista (esos éticos y metalegales pagadores de impuestos…), aún estaríamos cazando mamuts, mordiendo carne cruda y muriendo de inanición a los veinte por desencaje de mandíbula.
»Estaba eufórico. No dejaba de pensar en camisas hawaianas. Se lo contagié al resto. Paramos junto a una tienda cerca de Sonora a las tres horas de viaje, salí solo a comprarlas. Siempre pagar en efectivo. Nueve camisas a repartir, cada una más chillona que la anterior.
»Se lo crea o no, no estábamos preocupados, en absoluto. Los tres habíamos crecido en familias numerosas, todos con hermanos y hermanas menores, ruido constante en casa, planes tediosos, juguetes rotos y ansiedad, intentos deprimentes de papá y mamá por llevar cierto orden, prefabricar la estabilidad, mantener el peligro a raya.
Piense en Richard Dreyfuss en Encuentros en la tercera fase. ¿A alguien le extraña cuando se larga al final con los extraterrestres? ¿Alguien recuerda a su puñetera familia a esas alturas?
»Al menos así me sentía yo. Conducía V., le gustaba, pero al comprar las camisas me pedí el volante. El sol me daba en la cara, la brisa caliente entrando por la ventanilla abierta. No era la ruta 66, ni falta que hacía. No es el camino sino quien lo emprende. Vagabundos forrados hasta los dientes.
»Había cabos sueltos, desde luego, éramos prófugos, pero qué coño, no habíamos matado a nadie, y era la primera vez que hacíamos algo remotamente distinto a lo que se esperaba de nosotros. Aunque nos hubieran pillado en esa misma carretera, ya habíamos vivido más que cualquiera a quien conociésemos.

R.
Rigodón. ¿Es pronto para hablar de él? ¿O necesario? Hay gente que nos tiene por mucho más inteligentes de lo que somos. Había una serie de movidas con el dinero y el viaje, los traslados, todo eso que quizá ni contemos aquí, que requerían de alguien con contactos y sin escrúpulos. Era para la última etapa, el jet particular, todo ese rollo.
Rigodón es un nombre en clave. Bueno, no exactamente, pero ya me entiende.
Era, es, un abogado o exabogado, un tipo… qué coño, Saul, el tipo que usa chaquetas cantosas y busca un pellizco de pasta aquí y allá. Era cosa del tal Johnny. Esa parte del corto la entendió menos, pero no hizo demasiadas preguntas.
Mejor llama a Saul. Parece ser que existe al menos un Saul en todas las ciudades grandes y medianas, y Periferia no iba a ser menos.
Lo realmente gordo fue el viaje por carretera, o las paradas, más bien… Rigodón estaba moviendo hilos; nos esperaba en Talesa, un pueblecito costero a diez mil kilómetros de distancia. Sólo esperábamos que el volkswagen cafetera modelo hippie apestoso, aguantara.

V.
Parábamos aquí y allá, no demasiado preocupados. Creo que ninguno de los tres vivía con verdadero miedo de ver a la poli por el espejo retrovisor.
Pero eso no es lo más sorprendente para mí. Lo que realmente me inspiraba una agradable inquietud (si se puede definir así) es el desapego familiar. Estábamos cortando vínculos sin apenas despeinarnos.
Yo sé que los tres pensábamos en ello, a ratos. Pero ¿no es lo que hace todo el mundo en el fondo? Se largan de casa de los papis y adiós. Los más sentimentales vuelven una vez a la semana a comer, los domingos, pero diría que ni siquiera es lo más habitual. Creo que la gente no se independiza, se separa, corta, hace tabula rasa y forma o no su propia familia. Construye su propio entorno personal libre de los gritos de papá y la zapatilla de mamá. La mala fama de las suegras no es por nada, pero afecta también a los suegros. Básicamente has cortado con tus padres, y no quieres que los padres de nadie en general metan la narices en tus cosas.
Quieres triunfar o fracasar a gusto, sin que nadie te importune ni te coma la oreja.
El triunfo es algo en lo que he pensado bastante, por cierto. Cada vez estoy más convencida de que no hay nada entre el fracaso y el triunfo. Hay toda una serie de grises que significan fracaso, y luego está el triunfo. Sólo me queda definir triunfo.
»Pensaba bastante en el dinero, ahora que lo tenía. La gente que no lo tiene se centra en la integridad personal. J. habla mucho de eso. Se supone que hay algo dentro de ti que no se debería poder comprar, y que es lo más importante de tu persona. Pero luego sin dinero no puedes comer. Y aun así ese algo es más importante que el dinero… Se supone, pues, que todos deberíamos estar dispuestos a morir por ese algo, dado que ese algo no te alimenta ni paga facturas ni por supuesto diversiones ni te abre puertas de ningún tipo.
Imagínese las gimnasias mentales que se hacen. Y de ahí al nacionalismo, a la religión en todas sus formas. Apología de la pobreza en todos los colores y diseños, ya sea desde ciertos extremismos de izquierdas o con renovadas dosis de judeocristianismo. No me extraña que mucha gente se haga de derechas cuando envejece. Ni siquiera son de derechas, sólo están hartos de comprar motos sobre la integridad personal.
Ser íntegro se parece demasiado a ser pobre, ¿no cree usted? Parece que algunos piensan que o todos pobres o nada.
Al final a la mayoría de gente le gusta comer, vestir bien y divertirse. Esos vagos y maleantes.
»Atravesábamos el desierto. Se comenzaron a producir largos silencios entre nosotros. No eran silencios desagradables. Hubiéramos coincidido de haberlos roto.

6- EL DESIERTO

V.
No estábamos solo cada vez más lejos de la familia y la ciudad, sino de la realidad tal y como se percibe, asume y vende.
Para que se haga una idea, no logro recordar quién conducía, pero paramos el coche en el arcén. Desierto en todas direcciones. Nadie lo que se diría normal o inteligente, decide detener su viaje en coche para caminar por el desierto sin verdadero rumbo. Pero ¿no lo hacen porque les parece una estupidez, o porque si lo hacen van a llegar tarde a algún sitio? Quizá por ambas, o porque ni siquiera se les pasaría por la cabeza. No saber adónde vas, pero ir. No saber por cuánto tiempo, pero hacerlo. No pensar en ello, pero pensando más que nunca, un letargo despierto.
»No recuerdo que verbalizáramos nada. Quizá detuve yo el coche, o J. (R. nunca conducía). Todo suena más extraño de lo que fue, pero sólo si intentas intelectualizarlo. Fue más bien un arrebato espiritual, pero es la primera vez que intento ponerle nombre.
»Era uno de esos días ventosos, de nubes enormes y cambiantes, como castillos flotantes anime. La tierra era dura, a menudo estaba agrietada.
»No se creerá lo que está por venir.

R.
J. frenó y salió del coche. Primero pensábamos que iba a mear, pero se puso a caminar por el desierto. V. le siguió. Pensé que iba a preguntarle a J. a dónde iba, pero simplemente continuó caminando.
No sé cómo explicarlo, pero algo me detenía para manifestar mis dudas. Era como si al pegar una voz o hacer una pregunta, fuese a romper algo nuevo y emocionante, o puro, la percepción repentina de algún tipo de verdad insoslayable. Quizá la verdad no sea lo que cree decir un imbécil en Twitter o un tertuliano hortera en la tele. Mucho menos un telediario. Quizá la verdad es un acto intuitivo de seria espontaneidad. Recuerdo haber pensado algo así.
Yo también salí del coche y me puse a caminar.
Quizá una gran verdad no puede ser absoluta, sino que es vaporosa, inefable (qué putada ¿no?), no algo que se descubre, sino que se siente; por supuesto libre de cinismo, de ironías de rabiosa actualidad, de cientifismos radicales y acientifismos ideológicos histéricos. No te harías el chulo en posesión de la verdad, porque está en el espacio que hay entre las estrellas. O no, hablar de las estrellas sería banalizar este asunto. Una verdad de Instagram no es más real que una de Twitter.
»Caminamos durante horas, quizá sintiendo nuestro terruño planetario espacial por primera vez. Despojados de ego. Imagínese: universitarios despojados de ego.
Si nos hubiesen visto nuestros sensibles compañeros y compañeras, pensarían que J. y yo íbamos a violar a V.
¿Qué si no?
»V. iba unos cinco metros por detrás de J. Yo le miraba el culo a V., por primera vez sin preguntarme cómo sería su ano o como se lo comería.
Sólo veo un culo. Carne del planeta Tierra enfundada en unos tejanos. Tela terrícola. Inventos de este rincón de la Vía Láctea.
Estaba anocheciendo. Los pies nos funcionaban solos, sin prisa, sin conciencia del ritmo o planes de excursión. Ninguna gilipollez de la vida anterior. Ninguna mentira sobre el control.
El ruido de nuestros pasos sobre la tierra aún caliente. En cierto momento vi una serpiente a tres palmos de mi deportiva derecha. No reaccioné en modo alguno, ella tampoco. ¿Me vería como a un igual?
Pasaría lo que tuviese que pasar. No nos habíamos vuelto tontos. Si usted lo quiere racionalizar, piense que nos estábamos tomando un respiro, que nos tomamos un Kit Kat.
No se trababa de avanzar o llegar a ningún sitio, eso ha quedado claro ¿no?. Quizá se tratara de saber estar. Puede que supiéramos habitar nuestro cuerpo por primera vez.

J.
Para que me entienda, quemar una montaña de agendas en el desierto hubiera sido vulgar. No tenía nada que ver con eso. Usted pregunta y nosotros respondemos. No estábamos operando con una mentalidad de activista. A mí un activista no me parece más que un peón, un tonto útil.
No sé si quiere hacerse una idea de lo que fue el periplo por el desierto, pero no fue nada político ni religioso. Allí no había nadie más, y nadie toqueteaba su móvil. Si uno de los tres se hubiera puesto a tuitear, le hubiéramos molido a palos.
»Creo que no lo entiende. ¿Ha oído hablar del lenguaje no verbal? No, ni siquiera es eso, es una vibración concreta en el ambiente. Un acuerdo tácito evidente.
»Usted no se saca la chorra en un funeral y le mea en la cara al finado, ¿cierto? Pues sacar un móvil en el desierto hubiera sido así de grave. O más, porque allí no había ritual forzoso alguno en marcha, allí algo o alguien nos dio la oportunidad de SER.
»Nada le va a sonar normal, olvídese de eso. Aplique el principio de caridad o considéreme un tarado. Yo le hablo en serio, usted haga lo que quiera.
»Tras horas de caminar, ya siendo noche cerrada, vagamos cada uno en una dirección, dando patadas a las piedras, gritando sin palabras. Nos desnudamos. Corríamos, lanzábamos tierra y piedras, sonreíamos. No eran risas, no era un vulgares estallidos de carcajadas. Eran sonrisas de reconocimiento.
»Creo que nos vimos unos a otros como personas por primera vez. No éramos un cúmulo de ideas o una identidad concreta. Éramos imperfectos y de imperfecta carne, reales como la tierra y la luna llena que nos observaba. Todo a nuestro alrededor con fecha de caducidad. Pero estábamos en la mejor parte, nuestro primer cubata en la fiesta de la existencia.
»Nada que ver con el dinero, ¿no? Pero el dinero es un amigo íntimo de la ambición, y también de la curiosidad, de la exploración. El dinero es el centro de nuestro minúsculo mundo; que sea directa o indirectamente lo más importante, no significa que sea lo único. El mismo carácter que nos llevó a por el dinero, nos llevó a ese desierto; hay distintos tipos de riqueza que te puedes perder sin él.

7- LA LUZ

J.
Yo quería meter la mano en un agujero. Eso que nunca haría nadie cuerdo, meter la mano en lo que a todas luces parece una madriguera o escondrijo. La casa de algún bicho potencialmente asqueroso y peligroso.
Quería meter la mano en el agujero y que los demás contaran hasta cien. Con tranquilidad, sin prisas. Nos vestíamos mientras hablábamos de ello. Se rompió el silencio, había durado unas doce horas. Era inevitable, se perdió parte del “hechizo del desierto”, pero luego vimos aquella puñetera luz, señor periodista. La parte que usted y sus amigos cuerdos que sólo han visto oficinas y tramos de asfalto, jamás se creerán.
»Buscábamos un agujero y encontramos una luz. Nos adentramos en una pequeña cueva (eso creíamos), estábamos tan lejos de la furgo que daba vértigo pensarlo. No sé qué hora era, muy de madrugada, en uno de esos lugares en los que no hay nadie nunca. A no ser buscando a la última niña desaparecida, la encantadora y virginal Isabel, de dieciséis años, la protagonista de los telediarios de entonces. Te miraba desde sus fotos como diciendo: “Estoy más muerta que tu bisabuela, chaval”.
»Pero allí estábamos nosotros, buscando un agujero en el que yo pudiera meter todo el brazo. Estaba deseando hacerlo. Pensaba: si me pica una araña o una serpiente y me muero, pues ahí os quedáis.
Fuimos profundizando en la cueva. La verdad es que cada vez nos interesaba más la cueva y menos los agujeros.
Creo que fue V. quien nos quiso informar. Lo hizo con una pregunta. Dado que era de madrugada y estábamos buscando el modo de provocarle un squirt a una cueva, ¿por qué no estábamos a oscuras? La luna ya no podía aportar nada, llevábamos unos cinco minutos andando.
»El camino era tortuoso y curvo, pero un resplandor azul se hacía cada vez más evidente.
Comenzamos a flipar, no se crea. La noche había resultado bastante irreal en términos generales, pero no esperábamos extrañeza más allá de nuestra percepción.
Era una resplandor estable, chillón. No parecía fuego ni olía a brasas, nada por el estilo. Luz azul o verde, o blanca, color cambiante pero estático.
A medida que nos acercamos a la fuente de ese brillo, llegué a pensar que era el mejor momento de mi vida. Sentía que flotaba a un palmo del suelo. Miedo y placer, una incertidumbre como nunca había conocido. Todo eso me llenaba.
La cueva se ampliaba, se convertía en un espacio “habitable”. En medio estaba la fuente de luz, la luz en sí. Una esfera flotante del tamaño de un balón de baloncesto.

R.
Yo quería tocarla. Otra mala idea. Ahora creo que desde hace años sólo hemos encadenado malas ideas. Y en general se nos ha premiado por ello… ¿No se ha preguntado alguna vez si lo que se asocia a la sensatez no será un montón de mierda interesada? ¿No será que la sensatez, o incluso los actos considerados generosos, sólo benefician a unos pocos?
»¿Quiere que hablemos de la esfera luminosa o del capitalismo? ¿Y el comunismo, cree que es lo ideal y que simplemente aún no se ha sabido hacer bien?
»Me acerqué y la toqué. Flotaba a un metro y medio del suelo. Estaba fría como si sacas de la nevera una lata de cerveza. El tacto era extraño, no podías saber si era liso o suavemente rugoso. Aquella cosa comenzó a palpitar. No físicamente, pero la luz disminuía y aumentaba, cada vez más rápido. Dejé de palparla, y tuve una rotunda erección.

V.
Mientras R. tocaba aquella cosa, yo lloraba desconsolada y J. no podía parar de reír. Ambos sin aparente motivo. Además a R. se le había puesto dura como si hubiese estado sobando una teta.
»La luz comenzó a menguar hasta apagarse del todo. J. dejó de reír en cuanto saqué el móvil y conecté la linterna.
Ya no había nada, ninguna bola, ninguna esfera, sólo paredes rugosas, un loft para trolls.
Salimos con parsimonia, nuevamente en silencio, sin reír ni llorar, aunque R. aún la tenía dura. Los tres habíamos compartido algo que no sabíamos siquiera que se pudiese compartir. El tipo de experiencia que no puedes contar si no quieres que te consideren una persona inestable, mentirosa o muy ignorante.
»Ni siquiera llegamos a pensar que aquello nos hubiese cambiado. Es decir, sí hasta cierto punto el desierto y la experiencia global, pero no la esfera en particular. Nadie adquirió poderes, que yo sepa.
»Para mí era algo de origen extraterrestre. Qué si no. Una vez has vivido una experiencia así, es imposible no intentar darle algún sentido.
»A todos nos dio por pensar en Isabel, la adolescente desaparecida. J. rompió el silencio, no dejaba de hablar de Richard Dreyfuss en Encuentros en la tercera fase.

8- LAWRENCE DE ARABIA

V.
El camino de vuelta se hizo eterno. Amanecía a nuestra espalda. Cuanto más caminábamos, más conscientes éramos de haber dejado abandonada una furgoneta volskwagen a reventar de pasta.
Yo no estaba preocupada, sinceramente. Creo que mi filosofía con todo aquello desde el principio, era que si el atraco no resultaba físicamente violento, si absolutamente nadie salía herido, la experiencia habría valido la pena. Me daba igual salir detenida del banco o que nos pillaran bebiendo algo rojo y dulzón a los dos años en Bahamas.
J. y R. discutían sobre si habíamos dejado la furgoneta cerrada o abierta. Yo lo recordaba: las puertas delanteras abiertas como las orejas del príncipe Carlos. Pero no dije nada.
Les digo que lo dejen estar, que ya no hay nada que hacer excepto volver y ver si esa cafetera sigue donde la dejamos.
R. se pasó como dos siglos hablando de su polla, por cierto, concretamente de su erección. Y bueno… Que se lo cuente él si quiere.
»Yo me sentía mucho menos cansada de lo normal. No dormimos literalmente nada en toda la noche, no comíamos desde el día anterior a mediodía. Es algo que a veces sí he relacionado con la esfera, como si nos hubiese otorgado un extra de energía. Cuando empalmas un día con otro todo se vuelve una imitación de lo que era, lo que ves, lo que oyes, las ideas. Pero no nos sentíamos así.
Cada vez que alguien se alejaba para mear o hacer sus necesidades, yo me preguntaba por qué no recordaba ese tipo de detalles de la caminata de ida.
En cierto momento tuve que hacer pis. No había nada parecido a un arbusto cerca; por más que me alejase, se me veía en cuclillas y con las bragas por los tobillos.
Sí, nos habíamos visto desnudos, pero ya no era lo mismo. J. y R Se volvieron de espaldas y continuaron preguntándose por la pasta y la furgo y qué íbamos a hacer si habían interceptado nuestro botín. Teorizaban sobre localizadores en las sacas o los fajos. Tenía bastante sentido.

R.
Es cierto.
En el camino de vuelta la tuve dura durante unas cuatro horas. Me comenzó a doler. Pero los demás no querían ni oír hablar de ello. ¿Usted lo puede creer? Era como si me hubiera tomado tres viagras. Yo tomando viagra… Unas palpitaciones horribles en la polla. ¿Usted sabe lo que es eso? Una vez tomé media, porque una tía me ponía como una moto y quería darle toda la noche, nos habíamos puesto muy cerdos con mensajes por Instagram. Quería provocarle temblores hasta el amanecer, hacer que todos sus ex parecieran maricas. Quería ser el más macho de su coño, el rey de su culo y el amo de sus tetas.
Entonces no fue mal, tenía a una mujer de bandera a mi disposición, incluso con ganas de iniciarse en el sexo anal. Era como si en vez de polla tuviera un calabacín en la mano. Que si por el coño, que presionando por el ano… Ella se corrió unas siete veces. La verdad es que al final ya me dolía bastante la polla. Por suerte se comenzó a pochar a mi cuarta eyaculación.
»En el desierto tuve que alejarme y hacer algo al respecto. ¿La polla se me bajaría si no hacía nada con ella? No lo sabía, joder. Pensé, si la tengo así, por fuerza tendré que hacerme una paja, al menos.
Se lo comuniqué a J., intentando ser discreto, pero el capullo tuvo que empezar a quejarse en voz alta.
–¿Lo dices en serio?
–Tengo que hacerme una paja, lo siento. Quizá dos.
–¿Pero no dices que te duele?
–Sí, pero creo que si…
–Vale vale vale… lo que sea, pero rápido.
Tuve que alejarme unos cien metros. De entrada no fue cómodo, pero llegué a encontrarle el punto a la situación. No me importaba que me vieran de lejos la polla, pero no quería que me vieran sonreír. Aun sobre el suelo duro, estirado de cara a un cielo medio encapotado, me comencé a sentir bien. Recordé que no se trataba de viagra, sino quizá de alguna fuerza extraterrestre que me la había puesto dura. Pensé en las pelis porno retro de mediados de los 90, algunas absurdamente temáticas, con disfraces y maquillajes, no sofisticados pero sí con mucho trabajo detrás. Y me vino a la mente Silvia Saint. Mi actriz porno favorita. Una rubia checa que personificaba el tipo de dulzura voluptuosa que anhelas cuando tienes dieciséis años.
Me corrí bastante rápido, pero la polla seguía en modo calabacín. Decidí seguir en ello. Pensé en V., pero no de esa manera… Pensé que ya no tendría ninguna posibilidad con ella. Es decir, creo que antes ya no la tenía, pero si la tenía sin saberlo, me la estaba cargando haciéndome pajas en el desierto con ella a tiro de piedra matando el tiempo con J.
No le diré que me siento orgulloso de aquello, pero qué coño, surtió su efecto.

J.
¿Ella no le ha hablado de eso? Es imposible olvidarlo: R. haciéndose pajas como un mono en medio de aquel viento, las serpientes y todas las alimañas. La polla le tuvo que quedar marrón de roña.
No sabía de qué coño hablar con V. mientras el mono se la pelaba. No era yo el que me la había sacado, pero fui el que más vergüenza pasó. Mi amigo de la infancia se trajo la infancia al desierto.
El tío se cascó dos pajas, se levantó, se subió los pantalones y los calzoncillos, y volvió junto a nosotros como si acabara de plancharse las camisas.
Yo tuve que decir algo;
–Aquí está otra vez, Lawrence de Arabia.
–¿Qué pasa?
Nada, ¿qué va a pasar?
–Pues ha funcionado…
–Me alegro. ¿No te ha picado ningún escorpión en la polla?
Pues no, para tu información.
–Algo más que no le podemos contar a nadie, ¿no?
–Tú haz lo que te salga de los cojones, a mí déjame en paz.
V. se tapaba la boca para reír, pero no sé si de vergüenza o de qué. Desde luego estaba roja como un tomate. Pensé que V. ya no tenía ninguna posibilidad con ella.
»Y adivine qué. Por la tarde llegamos adonde la furgo y estaba intacta. Repleta de pasta y futuro, y con las puertas delanteras completamente abiertas. Casi parecía una invitación al mundo.

9- TRASTOS

J.
¿Qué hacer? Seguimos en ello, había un punto de llegada. Rigodón no tenía prisa (¿le han hablado de él?), yo lo sabía, debía estar pegándose la gran vida en la playa, en la piscina, hablando con chicas demasiado jóvenes, guiñando a sus madres, tragando bananas split. Rigodón no ha hecho nada legal desde los dieciséis años, y aún no le ha llegado realmente la factura. El paraíso está en la tierra, pero la fórmula para lograrlo casi nunca supura legalidad. Podrías ser futbolista de élite o una estrella del rock, pero no lo vas a ser, y cualquier alternativa consiste en pegar el gran palo.
Recuerdo el olor, dentro de la furgo, sin aire acondicionado y con las ventanas abiertas, parecía notarse mejor que en el desierto; el abandono, la tierra seca, los bichos, el sol, y seguramente un buen puñado de muerte sin resolver. Pensábamos que era fácil que anduviera cerca el cuerpo de la pequeña y dulce Isabel, concienzudamente enterrado.
Estábamos entrando en el verano más crudo. Creo que no pasó gran cosa durante dos o tres días, excepto grandes palizas al volante, paradas para poner gasolina y comer aquí o allá. Nunca vimos nuestras fotos en un telediario o la prensa. Era como si hubiéramos logrado desaparecer. Sé que es casual, debía haber un operativo buscándonos, pero estar ajenos a ese ruido ayudaba. No nos buscábamos en Google, desde luego, y además nuestros teléfonos llenos de perdidas se descargaron, y no hicimos nada pronto por revivirlos.
En algún momento comenzamos a buscar algún pueblecito o ciudad pequeña donde parar quizá dos o tres días. V. se lo tomaba con calma. R. creo que soñaba con una habitación de hotel particular en la que hacerse otro par de pajas.

R.
No nos acababa de convencer ningún emplazamiento. Dormimos tres días en la furgoneta. Las ciudades parecían demasiado grandes, amenazantes, y los pueblos demasiado pequeños y limitados. Los moteles discretos parecían crónicas de asesinatos múltiples, y nos nos convencía el emplazamiento de los hoteles de lujo.
Cuando conducíamos de noche, si apenas había gente, V. fijaba la vista a los pies de los edificios, buscando montoneras de ropa y objetos. Decía que eran la señal de que una pareja se había peleado y había cortado.

V.
No sé por qué me dio por pensar en eso. No es que yo tuviera una gran experiencia con chicos. Recordé a Tom Waits en aquella peli, Bajo el peso de la ley. Su novia le echaba de casa y le tiraba todos sus discos y objetos a la calle. Todo excepto sus botas, por ahí Tom no pasaba. Conseguía calzárselas entre gritos y se reunía con sus cosas en la acera, sus discos rotos y otras pertenencias con valor sentimental.
Me di cuenta de que ya no pensaba en J. como novio potencial. No me imaginaba a mí misma echándole a gritos de ningún sitio ni tirando sus calzoncillos por la ventana. No me gustaba tanto para eso, y lo poco que me gustaba se diluyó enseguida en el ácido de nuestro viaje, especialmente en el periplo por el desierto.
»Llegué a contar hasta quince montones sospechosos de prendas y objetos durante el viaje. No valía si estaban cerca de los containers. Tenían que ser pequeñas islas, intimidades convertidas en basura. Imaginaba a novias cabreadas, no decepcionadas o deprimidas, sino cabreadas, por una infidelidad o algún otro acto aún peor de sus novios. Recordé a Rebeca. Era una compañera del instituto. Llevaba más de un año con su primer novio. Ambos tenían diecisiete. Perdió la virginidad con él. Le quería sin reservas, era sincera como sólo se lo puede permitir alguien tan joven. Le gustaba follar con él y él era delicado y responsable follando con ella. La cosa pintaba para largo; no para toda la vida, pero sí para algunos años antes de la dolorosa ruptura al llegar ambos (o él) a la conclusión de que en realidad no querían terminar ahí su carrera sentimental, sino acumular algo más de experiencia antes de afrontar ciertos compromisos.
Rebeca no lo articulaba así, pero yo sí. Les daba unos cinco años, quizá alguno más. No parecían tan satisfechos, recatados o conformistas como para conocer a una sola pareja en toda su vida con la que salir, hablar y follar.
»Un día Rebeca llegó a casa después de una estancia de varios días en la playa con unas amigas. No lo había pasado tan bien como planeaba. Empezaba a pensar que pronto perdería el contacto con ellas, sus amigas de infancia, seguramente durante la etapa de la universidad. Había estado en la casa en primera linea de playa de los padres de una de las chicas. Decidió irse de allí un día antes, sin avisar a nadie, tras una discusión adolescente y estúpida.
Su padre estaba fuera por trabajo y sus hermanos estaban en la piscina municipal. Siete de la tarde. Entró aún tensa en casa después de tres horas de viaje en tren.
Imbuida de su propia crisis, tardó en notar nada extraño. Luego subió las escaleras hasta su cuarto y escuchó ruidos en la habitación de sus padres.
La puerta un palmo abierta. Sigilo. Vio a su madre, su espalda, su culo, completamente desnuda y en cuclillas en la cama. Su novio, su primer novio, diecisiete años, tenía la cabeza justo debajo. El momento crucial del chorro de pis en su boca, a lo que él aceleró la paja que se estaba haciendo, y se corrió a presión, salpicando mientras la mamá de Rebeca decía:
–Bébetelo, que es de tu puta, es de tu puta, cariño…
En fin, sólo es una de las cosas que vio. Esos dos ni siquiera se daban cuenta de que alguien les veía. Habían dejado la puerta entornada, quizá por morbo. Rebeca se comenzó a regodear en su sufrimiento. Su novio y su madre… Él no dejó de tenerla dura, se la metió a cuatros patas y sin condón. Era sexo anal casi todo el tiempo. Con Rebeca jamás había follado así, así de duro, con esas ganas, con ese vocabulario, esos gruñidos. Jamás, y me decía: jamás lo había visto tan excitado; de hecho, estaba CACHONDO, no excitado. SEDIENTO (aún) como un caballo de guerra. Ella, su madre, exigía azotes, insultos, vejaciones, tirones de pelo, escupitajos en la boca. Cambiaron cuatro, cinco veces de postura.
Rebeca aguantó veinte minutos antes de interrumpirles.
Su madre se quedó algo más que lívida, ni siquiera tuvo fuerzas para comenzar a disculparse o lanzar excusas; se incorporó en la cama, presenciando el final de sus credenciales como madre. Toda la dignidad, toda la fidelidad que vendía como ideal, todo hecho trizas, quemado y enterrado.
Él reaccionó como el bobo polligrande que era, balbuceando, aún extasiado por el coño, la saliva, el pis, los pezones, las curvas, el tacto, la carne rosa, roja, marcada… Una mujer de cincuenta años dispuesta, abierta, agresiva y suplicante.
Así conoció Rebeca de verdad no solo a su novio, sino también a su madre.
Hacía seis meses que follaban, así, “en plan zoológico”, como dice R. Siempre encontraban un momento, un escondrijo, y sobre todo mil motivos.
Dígame si eso no da que pensar.

Piense en la gente y en sus compromisos. En la imagen que dan a sus íntimos, sus parejas, sus familias. Calcule cuántas de esas personas se mostrarán tal y como son. Qué pequeño porcentaje. Los tíos con sus novias, la mujeres con sus maridos. Siempre todos tan correctos, morales, rectos, cuerdos. Lo que ahora se llamaría: de izquierdas. Y de repente resulta que son animales. Y buscan con quien ser ellos mismos.
Fíjese cuando haya trastos por la calle. Suele ser por ese motivo.

10- HOTEL TUDOR

V.
Encontramos un hotel ridículamente lujoso en Osandía; cinco pisos, abarcaba toda una manzana. Parecían más bien apartamentos para ricachones. Estaba muy cerca de la playa, pero además tenía un extenso patio interior con piscina, y también un césped con setos de fantasía, todo cuidado por un batallón de jardineros. Tumbonas, varios bares y restaurantes pijos, dos amplias discotecas, otros tantos comedores y terracitas chic, hasta una biblioteca enorme. Aire acondicionado siempre y sin que te helaras. Unas cosas de pago y otras no, pero ya sabe. Sacamos diez billetes gordos de una de las sacas (el fajo parecía exactamente igual después, y teníamos cientos y cientos iguales…). A R. le chiflaba el sitio. Decía que le recordaba a esa peli, Under the Silver Lake. Debía esperar encontrarse con su propia Riley Keough.
»J. estaba callado al principio. Curiosamente se empezó a animar cuando vio que el lugar estaba poblado básicamente por gente joven. J. no es lo que se dice muy sociable, pero creo que todos necesitábamos ver a otra gente, compartir espacio, aunque no tuviésemos intención de iniciar conversaciones. Bueno, al menos yo, y creo que tampoco J.; R. le irá contando sus andanzas, supongo, yo estoy poco informada sobre ciertas aventuras genitales, o prefiero no mencionarlas…
»Le he hablado de Rebeca porque quería llegar a alguna parte, ¿entiende? Y eran importantes los detalles, incluso los más escabrosos. Y créame, le he contado la versión corta… De un tiempo a esta parte, empiezo a pensar que, en lo relacionado con el sexo, la tan cacareada “civilización”, las formas, lo “correcto”, todo lo que nos diferencia de los animales… Bueno, supongo que ve por dónde voy. El sexo civilizado, por así decirlo, sólo se finge, el sexo se contiene con dosis enormes de hipocresía. Una tormenta cultural casi ha logrado aguarlo. Casi. Con franqueza, creo que el sexo y la violencia son caras de la misma moneda.

R.
Hotel Tudor. Eso fue arduo. No sé si sabré resumir todo el asunto. De hecho no creo que lo haga.
Usted sabrá cómo va a organizar todo el relato.
Era como si hubiésemos caído en el centro del mundo, te lo encontrabas todo allí.
Primero los lugares y luego los hechos, ¿no es así?
»Una habitación individual y enorme para cada uno. Vistas al mar. Todas las comodidades y cachivaches tecnológicos a nuestra disposición. Habíamos dormido seis o siete horas en la furgo; llegamos a esa manzana de lujo a las ocho de la mañana.
J. se pasó las primeras dos horas metido en la biblioteca del hotel. No sé qué hacía, y no sacó ningún libro. Lo sé porque me crucé con él camino a la piscina. Parecía turbado, creo que es la palabra correcta. Le dije que se pasara por la tienda del hotel; vendían bañadores y todo tipo de accesorios, también camisetas, tazas, funkos… y un huevo de pijadas haciendo referencia al Tudor u Osandía. Yo ya me había agenciado un par de bañadores, una mochila, chanclas y demás.
Aún era temprano para que la gente, de vacaciones de verano, anduviera zanganeando por la piscina. No era una de esas piscinas con carriles, nadie iba allí a “hacer ejercicio”; era una piscina de recreo. Me detengo un poco en esto: ese hotel pijo que tenía hermanitos pijos repartidos por todo el país y el continente, había logrado incrustar una piscina de pueblo en medio de sus instalaciones tan monas tipo Apple; tenían un socorrista que no actuaba a menos que alguien llevara más de cuatro minutos bajo el agua. El tío se dedicaba durante el día a imaginarse a sí mismo follando estilo zoológico con las chicas del lugar, y durante la noche llevaba a la práctica sus fantasías. Las chicas extranjeras estaban encantadas con los servicios del hotel. Te hacían la habitación y, si querías, un fulano con cuerpo de bombero se te follaba viva, todo por el mismo precio.

Intentaré no extenderme, pero entiéndalo, hablo de gemelas. GEMELAS, eso veía yo. Y no, no eran mayores de edad, por un año, pero tenían curvas para montar un scalextric, y recuerde que yo era universitario. Si quiere hablamos de las enormes limitaciones de la legalidad para asumir todos los grises de la realidad.
»No me preocupa sonar como un pervertido. ¿Usted ha tenido alguna vez delante ese tipo de tetas? Grandes y a la vez aún resistentes a la gravedad. Se percibe sobre todo en los pezones. Me volví loco.
Yo estaba a mi rollo, tumbado en mi toalla, apestando al protector solar de la tienda, decidiendo si bañarme o no. Me percaté de lo poco que pensaba ya de cierta forma en V. Me seguía gustando, pero ya no notaba una punzada en el estómago. No me preocupaba (casi) que me viera con otras tías, o que intuyera si había estado follando por ahí. Me sentí liberado, porque no había manera de que ella… Bueno, esta es buena, a veces tenía una fantasía en la que nos encontrábamos diez años después de la universidad, luego de haber perdido el contacto, y que yo la conquistaba con mi nueva y brillante personalidad. Me veía a mí mismo versión treintañero trajeado, cenando los dos en algún sitio elegante. Nos reiríamos de lo capullos que éramos de jóvenes (especialmente yo), el vino echaría una mano, y luego ella aceptaría subir a mi flamante y amplio piso de triunfador de alto perfil. ¿En qué trabajas?, me preguntaría después de haber follado como perros (en eso mi estilo seguiría intacto), mirando a su alrededor, inmobiliariamente impresionada.
Volví a caer en esas ensoñaciones, pensando en lo estúpidas que eran, y entonces algo me tapó la luz del sol. Lo noté incluso con los ojos cerrados.
–Oye. Perdona –dijo un voz dulce y clara.
La verdad es que J. nos había dicho que era mejor que no habláramos con nadie, aunque tampoco tuviéramos que escondernos. Pero entonces abrí los ojos.
»No lo alargo, al menos no esta parte. Ella quería saber dónde estaba la tienda del hotel. Yo sonreía y decía gilipolleces y ella reía. Le dije que si quería la podía acompañar a la tienda, que era un poco difícil explicar su ubicación, y yo también era nuevo en el lugar.
–¿Pero todo el mundo es nuevo en un hotel, no? –dijo ella.
Me picaba, quería ver cómo reaccionaba yo. No estuve muy ingenioso, pero ella ya había decidido lo que iba a pasar. Que nadie le engañe, señor periodista, sé que es usted muy izquierdoso y quizá lleva años algo confundido: hay asuntos vitales en los que sólo deciden ELLAS. Y no suelen tardar mucho en hacerlo. Ellas deciden si hay conversación, y por supuesto si habrá sexo. El tío no tiene nada que hacer, lo mismo que en un parto. El tío puede querer, desear o anhelar lo que le dé la gana, pero NO decide un carajo. El tío se puede esforzar, eso sí –aunque no tendrá jamás la última palabra– pero por suerte este no fue el caso. Ella había decidido tras un minuto de conversación.
La llevé a la tienda, lo abandoné todo excepto las chanclas. Y resultó que allí había otra chica que era igualita. Curvas, sonrosada, tetas absolutamente increíbles, parte superior del biquini a la vista, parte inferior precariamente cubierta con esa prenda veraniega de la que nunca recuerdo el nombre… En fin, yo no sabía cómo reaccionar.
Fue más fácil que nunca.
No creo que usted lo haya reconocido jamás ante sus sofisticados amigos, periodistas o no, ni mucho menos ante su familia, pero estoy seguro de que alguna vez ha visto porno de gemelas.
»¿No? Váyase al carajo. Puede engañar a su entorno o a los medios, pero no a mí. ¿Me va a decir que nunca se la ha cascado viendo cómo la gemela número 2 no tiene problema en lamer la polla que se acaba de comer la número 1?
Veo que el nuevo puritanismo ha seguido creciendo y creciendo, y con ello las mentiras. ¿Cómo van las cosas por Periferia? ¿Ya existe un Zara Burka?

¡Pareo!
Eso es.

¿Quiere que le cuente la parte que disfruté o lo dejamos en una pincelada para buenos entendedores?
¿Alguna vez le han chupado esa polla probablemente pequeña de escritor venido a menos dos mujeres a la vez? Sé que usted es hetero, no me salga con la duda razonable, una persona estable no acusa a los demás de “homofobia interiorizada”.
Supongo que sabrá al menos lo que se siente con un lametón o dos ahí abajo… Y he dicho dos mujeres, pero hablo de gemelas, más o menos… aunque creo que usted no puede ni imaginarse cómo uno casi se ve a sí mismo desde fuera, es como un salto de eje imposible. ¿Sabe lo que es aguantar primero una mamada doble y después dos coños a los que apenas se les ha hecho el rodaje?
Júzgueme, piense lo que quiera, pero hay que ser un atleta sexual de élite para aguantar en ese partido.

¿Quiere hablar de los clones ya? ¿Quiere la versión corta? Total, no se va a creer una palabra.

J.
Enrique Tudor. El magnate, el tío de los hoteles y los rascacielos, el dueño de medio continente, y por ende uno de los dueños del mundo. Estaba en la biblioteca del hotel. Le espié escabulléndome por los pasillos. Hablaba con dos chicos, gemelos, muy jóvenes. ¿Qué edad debía tener él? Creo que fue bastante precoz, en ese momento no debía llegar ni a los cincuenta.
De golpe le dio un morreo de lo más baboso a uno de los chicos, y luego hizo lo mismo con el otro. Les sobaba el culo impunemente y ellos asentían mirándole, como embelesados.
Tuve que esperar a que se largaran, ya no podía hacer nada sin parecer un fisgón. Me pregunté qué hacía esa figura patriarcal mundial justo en el mismo hotel que nosotros. ¿No tenía su propia islita privada a la que ir a follar o torturar críos en plan Saló? Te lo podías imaginar cagando en un plato y haciendo que esos chicos se comieran su mierda mientras él se masturbaba.
En el fondo creo que esos tipos podridos de pasta carecen del plan diabólico que se les supone desde la clase obrera. No son malvados, sólo son egoístas, avariciosos, críos con una sed voraz, animales descontrolados. Lo único que hacen es amasar pasta, nunca dejan de trabajar, despiertan sudando de madrugada para comprobar los movimientos en Bolsa. Todo el mundo envidia la pasta de los ricos, pero casi nadie estaría dispuesto a pagar el precio necesario por conseguirla. La competencia brutal e incansable, las jornadas interminables de despacho, llamadas y reuniones. La mayoría de personas creen que el millonario es como el personaje del Monopoly. Y ese perfil puede existir, en los herederos; pero las fortunas no se amasan solas.
En la universidad siempre se hablaba de esas fotos de millonarios del Ibex-35 y otros conglomerados, en las que casi nunca hay mujeres. ¿Se ha fijado en que yo mismo me he referido a Tudor como una figura patriarcal?, y yo ni siquiera creo ya en ningún patriarcado como la explicación a todo lo que va mal; nunca, y mucho menos ahora. Nos han metido esa teoría por el culo como un puño cerrado. ¿Por qué no hay mujeres en esas fotos de empresarios ricachones? Se han dado otras explicaciones al respecto… ¿No le doy un poco de envidia? Usted no podría hablar en estos términos en su círculo social JAMÁS. ¿Se imagina poder poner en entredicho el discurso hegemónico sin que le caiga una montaña de mierda encima? ¿Quiere que le diga en qué consiste la explicación alternativa sobre la foto sin mujeres?
Si yo fuera un baboso, un cantante latino melódico, un conservador rancio y verdaderamente machista, o un progresista agilipolladamente condescendiente, ahora mismo le diría que simplemente pasa que las mujeres son más buenas e inteligentes que los hombres.
Pero nunca se ha demostrado tal cosa, y tampoco a la inversa; lo único que se ha demostrado es que hombres y mujeres son por regla general diferentes. Por tendencia, por elecciones vitales, por gustos. ¿A estas alturas sus amiguitos ya le estarían llamando facha, usted qué cree?
Una mujer hinca codos, se pone a estudiar, intenta sobrellevar toda la mierda política inherente, todo el mundo diciéndole de algún modo que no es una persona, que es una mujer, y no solo una sino todas las mujeres, y que debería estudiar una carrera de ciencias en pos de la igualdad de resultados, y que cuidado con el rosa, cuidado con pasear, con salir de casa de noche, cuidado con el Patriarcado, el Heteropatriarcado, el hombre, el hombre blanco, el hombre blanco cishetero, las mujeres de derechas, las alienadas, las violaciones, los piropos, todo tiene un significado, y el significado es oprimirla. El peligro está por todas partes, los asesinatos son asesinatos machistas, no matan a sus parejas, matan a una mujer por ser mujer, quieren matar a todas las mujeres, se organizan, es terrorismo machista… Las palabras son importantes, y con la carga emocional adecuada, y aunque conformen razonamientos estúpidos, increíblemente simplistas y propios de doctrinas totalitarias, calan a veces incluso en las mentes más amuebladas.
Y dicha mujer, después de haberse pasado años estudiando lo que le apetecía (a pesar de todo), y habiendo logrado mantenerse al margen de todo ese ruido, comienza a progresar en su carrera. Comienza a tener un sueldo cada vez más por encima de la media. Con los años, ya ganando una pasta gansa, la suficiente para poder permitirse un par de casas monísimas e infinidad de juguetería adulta, puede que un día sea madre, o puede que no. O puede que sea soltera. Todo eso importa, evidentemente, y sabe que según lo que haga, se la juzgará como alguien que ha decidido “empoderarse” o que se ha sometido a los roles de género. En cualquier caso, ella, como mujer libre que se sabe, un día se encuentra en una encrucijada. Alguien la llama al despacho de algún jefazo, y le ofrecen un ascenso de lo más jugoso. De lo más jugoso económicamente. Va a ganar una cantidad escandalosa de pasta, pero va a perder la práctica totalidad de su vida personal. Si quiere ganar toda esa pasta de más, va a tener que sacrificar todas esas horas que hasta ahora tenía para ver a sus amigos o su familia. Será millonaria, multimillonaria con el tiempo, pero se convertirá casi en un fantasma. ¿Dónde está el tipo del Monopoly? ¿Y el mito de la sonrisa brillante y el yate? Y nuestra protagonista va y decide consultarlo con sus padres: esos viejos a los que ya había dado intelectualmente por perdidos, demasiado conservadores y arrugados para ella. Y puede que su madre le diga:
–Cariño, la mayoría de millonarios pisan su yate dos veces: el día que lo compran y el día que lo venden.
Resulta que esos tíos de la foto, no gustan tanto de los yates y los lujos. Gustan de doblar la cantidad de pasta que tienen. Y cuando logran doblarla, buscan doblarla otra vez. Y así ad infinitum. Y quizá una rayita en el lavabo de vez en cuando. Y puede que una puta de lujo semana sí semana no. Y muchos de ellos tienen su vida personal hecha unos zorros y se consuelan montándose fiestas puntuales entre ellos.
¿Felices? A su manera puede que sí. ¿Significa que las mujeres en general buscan ese tipo de felicidad? Parece que no.
Esta mujer de la que hablamos, y muchas otras, estudiando las posibilidades y el precio a pagar, deciden que están bien como están, y que la ambición llega un punto en que sólo es dinero.

Probablemente ese sea el motivo por el que aún no suele haber mujeres en las fotos grupales de ricachones. Pero usted diga que lo he dicho yo, no quiero que le cancelen. ¿Cómo lo soporta?

Me hace gracia también la versión del ricachón de las pelis de acción. El multimillonario aburrido que decide que va a destruir el mundo, o que al menos tiene ideas horribles para mejorarlo. Tiene bastante sentido. El caso de Enrique Tudor era complicado de definir. Él simplemente estaba… salido. Muy salido.
No es fácil contar esto sin saltarse pasos.
Tudor no necesitaba notoriedad, no era el rico tipo Trump, que al final necesitó tanta que acabó siendo presidente. Me hacía gracia el miedo que se le tenía a Trump; yo lo veía como el bocazas del lugar, el “perro ladrador”, el viejo que intenta ligar con todas en las bodas y acaba solo, inconsciente, tirado en el suelo con el culo en pompa al lado de una fuente de ponche.
Tudor también podía acabar así en una fiesta, pero era mucho menos tonto que Trump. Tudor estaba como una cabra, pero al menos no quería que eso se filtrara al ámbito público.
Quizá se pareciese más a Hitler, como se ha dicho. Un Hitler sin la ambición política. El tipo que tiene tanto poder que decide que va a intentar inventar algo, poner a los científicos con menos escrúpulos a trabajar. Que creen algo para él, que solucionen algo que sólo es un problema para él. Había algo de megalomanía en ello, o mucho…

No se preocupe, ya no queda tanto para el final, aunque aún hay que dar un par de bandazos.

11- LA DULZURA

J.
No le voy a pedir que suspenda su incredulidad. He cambiado de opinión, he llegado a la conclusión de que me importa un rábano lo que escriba; aunque no sé qué demonios va a escribir, porque sólo me veo a mí mismo fumando y divagando. Haga lo que pueda, yo hago lo mismo, y además no le voy a leer.
»Es exactamente así, comenzamos a ver gemelos y gemelas por todas partes. Al principio no te das cuenta, ves grupitos aquí y allá, oyes risitas. Nunca salían del hotel, pero nosotros tampoco. La playa estaba cerca, pero básicamente nuestro plan era vivir en una playa el resto de nuestras vidas, así que decidimos mantener un perfil bajo.
Usted ya sabrá que la mayoría de los planes que hace uno se van al carajo. La vida es básicamente encadenar un plan B con otro; cuando no un plan C o un plan D. Al menos nosotros estábamos haciendo algo por sortear la mediocridad, las tormentas sociales y políticas. Es como si se nos hubiese recompensado por eso.
»No es que todo fuera gente repetida, había más turistas. Carne fresca para Tudor.
Tudor estaba construyendo su propia fantasía porno; como si a un adolescente se le presentara el genio de la lámpara en medio de una paja.
Era un chico de quince años de cincuenta años.
Pongamos un poco de orden. ¿Se acuerda de Dolly? ¿Sabe de las sustancias que se usan para acelerar el crecimiento de los animales? ¿Recuerda la pelota azul?

R.
Siempre hay temas con los que ponerse la mar de ácido le hacen parecer a uno maduro por un instante. Meterse con los “influencers” siempre funciona. Pero como le digo, sólo funciona un instante; inmediatamente te hace parecer primero bastante viejo, y después bastante ignorante. Es tan estúpido como burlarse de alguien que vende camisetas. Como si vas a una perfumería y te ríes de la dependienta por tener semejante trabajo.
La diferencia es que algunos influencers ganan MUCHA pasta. Mucha gente considera que la dignidad sale fortalecida si llegas de milagro a fin de mes. Y por contra, eres un ser cada vez menos respetable –y más culpable de lo que se les antoje– si te estás forrando.
Ateos católicos radicales.
Un momento. ¿No será eso lo que estaba buscando usted? ¿Un reportaje asustaviejas sobre influencers? No. Creo que es un poco más listo que eso.
»A Tudor le encantaban los influencers. Cada vez que podía se encerraba en el lavabo y devoraba todo ese contenido, comida rápida, carne tersa, un zapping sobre la población follable de menos de veintincinco años.
El hotel se había convertido en un paisaje habitual en Instagram y TikTok. Sobre todo la zona de la piscina, pero también las habitaciones y las vistas al mar, la cala más cercana y el paseo maritimo. Influencer llama influencer. El Tudor de Osandía se había convertido en un feudo para la carne joven, libre de los viajes del Imserso y las familias porculeras tipo peli de Chevy Chase.
Enrique Tudor se convirtió en un habitual. Tenía su propia suite, enorme y en el último piso, donde montaba no pocas fiestas en otoño e invierno. En verano todo sucedía en la zona de la piscina.
»Nosotros no sabemos exactamente cómo sucedió todo, pero conocemos los resultados.
»No sé cómo relatarle el resto de un modo que refleje mi absoluto pasmo/fascinación/morbo y horror. No sé cómo me hizo sentir, aunque creo que el morbo sale ganando, como pasa tan a menudo.
»Nunca lo reconocemos, pero el morbo mueve montañas, quizá sea lo que más nos separa de los animales. No te quedabas pegado a la tele cuando cayeron las torres gemelas por una simple cuestión informativa. Había gente saltando por las ventanas a una muerte segura, no me joda.
»Obviamente Tudor había sido más de robar las bragas tendidas de la vecina, pero hay gente que se coloca con las grandes desgracias ajenas. Quizá haya que elegir entre ser un pervertido o un sádico.
»Era el segundo día por la noche. Yo vagaba por los pasillos del hotel. Buscaba a las gemelas, a mis gemelas. Aquel lugar era tan grande, había tantas habitaciones y rincones, por no hablar de las pequeñas no tan pequeñas calas de la playa, un par de ellas privadas, exclusivas para el hotel. Todo parecía formar parte del plan megalo-pornogáfico de Tudor. Una invitación constante al sexo sucio, ya fuese un polvo rápido o una maratón sudorosa con la versión guarra de los gemelos Derrick. Existían, estaban allí, con sus incisivos prominentes, su musculatura marcada y dos pollas como mancuernas de goma. Eran peruanos, dieciocho años, aguantaban mucho más follando que leyendo esos tochos de Ken Follet que llevaban siempre consigo. Había una comunión extraña entre el sexo y la literatura en aquel lugar. Algo pasó con Burroughs, sus libros comenzaron a circular. Chavales que no te imaginabas leyendo ni el puñetero horario del transporte público que iban a usar, fruncían cada vez más intensamente el ceño intentando extraer narrativa de El almuerzo desnudo.
»Total, que acabo topando con la suite de Tudor. Está abierta y hay un grupo de varias parejas de gemelas cuchicheando en torno a la cama redonda más hortera que se pueda imaginar. Tudor está follándose a cuatro patas a una chica muy joven. Se insultan mutuamente, se exigen maltrato, hablan todo el tiempo de violación o violencia, que si “viólame, cabrón”, que sí “pégame más”, que si “eres una puta”, que sí “dame más fuerte, maricón”…
Adivine quién es la chica.

V.
Todos hemos pensando muchas veces en la distancia que hay entre lo que se cuenta en los medios y la realidad. Pero en algunos casos la palabra mentira no sirve para definir esas distancias. Mentir es decirle a tu novio que no te has follado a su mejor amigo. Lo que hacen los medios es venderte una historia global oportunista y ficticia, relatos de buenos y malos, culebrones, una muerte lenta de la cultura. Nunca se llegará a definir con exactitud la MALDAD ABSOLUTA de los medios. El periodismo es una puta tirada en un callejón a punto de morir con una aguja colgando del brazo. No, es más bien el chulo de esa puta. Imagínese los que no son periodistas pero tienen el mismo altavoz. Todos los voceros, los chupapollas de políticos. Personas que no serían capaces de practicarle un beso negro a sus parejas, nunca sacan la lengua del culo de ciertos políticos. Han comido más mierda humana que las cloacas de Periferia.
Fíjese en Isabel. Isabel en la tele era poco menos que una santa. No sólo una virgen, sino una Respuesta. Una Luz. La Candidez, La Bondad, el Reino de Dios incluso para los ateos. En sus fotos tiene el aspecto blanco e inmaculado de una oblea que te pusiera en la lengua la mismísima Virgen María; un lágrima bajando por su mejilla derecha. Pray for Isabel. Ella nunca se metía en líos, no le buscaba la boca a nadie, era trabajadora, buena estudiante, obediente. Tocaba el violín, por el amor de Dios. Y ojo, era de familia humilde; no de una de esas familias podridas de pasta que jamás irán al Cielo. Cada recompensa que esa chiquilla obtenía, era a cambio de una cantidad enorme de esfuerzo y sacrificio, quizá mayor de la que se les exige a los demás. No digamos a los chicos de su edad, esos cerdos, futuros violadores y asesinos.
Por qué tú, Isabel. Tú no. Tú no, oh Dios.

Los telediarios acababan sus “crónicas” día sí día no con su foto fundiéndose a blanco, una música a piano, y vamos con el tiempo.

Yo conocí a Isabel. Vamos, la conocí como todo el mundo en el hotel. No era lo que se dice discreta, sobre todo porque siempre quería mirones cuando follaba con alguien.
Uno podría decir que la chica podía ser perfectamente tan buena como se decía y a la vez follar como una campeona de las parafilias. Pero no se trataba de eso, por mucho que eso chocara frontalmente con la imagen que se daba de ella. Lo que pasaba es que era una hija de puta del tamaño del Tercer Reich. El tipo de chica que para cierta rama ideológica actual sencillamente NO existe.
»Sí, tenía dieciséis años. Tudor básicamente follaba con quien se dejaba. Nunca violaba realmente a nadie, ni pagaba prostitutas, aunque evidentemente hacía uso de toda su fama. Las crías y los críos de trece y catorce años no son como antes, y si se le acercaban y decidían que querían montárselo con ese tío más bien fondón aunque increíblemente rico, él no se negaba a no ser que estuviera exhausto o desganado, cosa poco probable.
Para Tudor, follarse a Isabel superó el sexo con repetidos. La niña bien del telediario, la perfección, la Pureza que la Realidad se había tragado de una forma tan injusta. La Dulzura. Y ahora le estaba chupando la polla a él, y él se bebía los fluidos y el pis de ella encantado. Cuando follaban se ponían de fondo la tele bien alta a la hora del informativo, y subían más el volumen si se hablaba de la pobre, la cada vez más desaparecida y menos viva Isabel. La Lady Di teenager. Eso era lo que más le ponía a Tudor, lo cabrona que era esa cría, lo dispuesta que estaba a borrarse y procurarse una vida de riquezas y cómoda disolución libre del Tedio de la esforzada dignidad a la que había estado sometida. Había estado fingiendo con tanta fuerza que estuvo a punto de matar a su ex (un crío de quince años) envenenándole un kebab con una toxina producida por el botox. Una larga historia relacionada con las operaciones de su madre… Poco a poco se han ido sabiendo cosas, aunque no se hayan filtrado del todo al ámbito público. Si le soy sincera, no sé bien dónde andará ahora esa loca de los cojones, pero sé lo que pasó entonces.
»Ella no quería que Tudor la clonara. Eso era lo que hacía Tudor, escogía a sus chicos y chicas favoritos, y daba órdenes de hacer duplicados. Dos lenguas mejor que una, dos pollas, dos coños, culos a tutiplén, saliva y lluvia dorada. Porno de gemelas y gemelos para la vida real. Tudor no era un miembro ejemplar del colectivo LGTBIQ+.
»Sé que en la versión oficial todo esto es una leyenda urbana, casi como esa isla a la que se fueron Elvis, Marilyn y Michael Jackson. O quizá ya no sea tanto una leyenda urbana como un tema agotador. ¿Ya se sabe al menos que esa chica está viva y coleando y quemando tarjetas de crédito, verdad? Pero después de toda la ola de suposiciones y sensacionalismo político lloroso, casi habiendo canonizado a esa nueva víctima del Patriarcado, ¿cómo coño se recoge cable?
»Fue inteligente resistiéndose a las intenciones de Tudor. Eso la convirtió prácticamente en la señora Tudor, o la niña ninfómana Tudor. Lo que sea. Sacó la cabeza por encima de ese pequeño ejército de instagramers y tiktokers.
»¿La desaparición? Se había largado ella solita de casa de sus padres, poco después de que lograrán desintoxicar al chico del kebab y en casa la niñata recibiera la bronca del siglo; aunque aquello era como el “partido del siglo”, ya había habido decenas.
»No puedo asegurar por qué intentó cargarse a ese crío, sólo tengo entendido que ella le pilló sobando a otra. ¿Quiere que le diga que era un pequeño maltratador? Eso le gustaría, eh, eso les encanta a ustedes ahora, podría venderlo tan fácilmente: la chica que se revuelve. Lo de la chica víctima es algo así como la nueva Coca-Cola. Pero esto no va de refrescos ni osos polares, sino de seres humanos, y me da que muchas mujeres ya están un poco hasta los ovarios de esa puta monserga. ¿Ha oído hablar de la brecha de empatía? Debería leer un poco de literatura fascista; ya sabe, a los nazis, el “team facha”. Toda esa gente que no le da la razón. Puede que variara su dieta digital.

12- EL CENTRO DEL MUNDO

V.
Imagine que usted está forrado, pero en lugar de detenerse ahí o hacer lo que suelen hacer los ricos, que es seguir forrándose, comienza a darle muy fuerte a Google. Primero con el porno, y luego leyendo papers de lo más espesos sobre todos los experimentos de clonación.
Luego se enfoca, y decide buscar a las personas más inteligentes y taradas del planeta.
Les dice que es usted un apasionado de la ciencia, y que le gustaría clonar a una serie de chicos y chicas que se la ponen dura. No se lo dice así, por supuesto, habla en color gris, lo importante son los avances científicos y bla bla blá.
Usted sabrá cómo es la ciencia, ¿no? Demasiado dependiente de los seres humanos, y terriblemente seria y solemne. No hay nada más circunspecto y autoimportante que un ateo hablando de ciencia. Tampoco más petulante.
Se lo dice una agnóstica harta de creyentes. Es lo que nunca asumen los ateos: lo suyo también es una creencia. Pero hablan como si ellos apostaran con valentía. Es como si dijeran: ya verás como me muero y no pasa nada. Pues no, no lo veremos.
»Enrique Tudor suelta la pasta y monta unos laboratorios que son pura masturbación para los científicos que logra contratar. Se firman informes de confidencialidad (dinero por todas partes) y se inician los experimentos. Objetivo inicial: clonar y acelerar el crecimiento del clon. Tudor no tenía ninguna intención de llenar el hotel de bebés, pese a la fama justificada de pederasta.
»Aquello llevaba ya años en marcha cuando nosotros llegamos, y justo en esos días, explotó.
¿Nunca se ha sentido retrospectivamente en el centro del mundo? No me refiero a follarse a la líder de las animadoras, sino a estar en el centro de la pregunta: “¿Dónde estabas tú cuando pasó lo de…? Es raro de narices.

R.
Los tres nos comenzamos a mover por el hotel como animales, olfateándolo todo. Incluso en el lugar en el que se está cociendo una tragedia digna de la sed de sangre de los medios, la mayor parte del tiempo tienes la sensación de que no pasa nada. Me imagino a la gente así en periodos de guerra. Largas esperas, investigaciones que no van a ningún lado, rumores esperanzadores desesperanzadores. Siempre una luz al final del túnel pero en realidad nunca.
Perdimos la noción del tiempo. Buscábamos una habitación en concreto, y la encontramos.
»¿Qué les pasaba a esos chicos? Ni idea. Se convertían en servidumbre. Lo escalofriante es que ya tenían cierta predisposición. Imagino que en los procesos de clonación se encargaban de limar voluntades.
Lo que queríamos era dar con el Lugar, llegar a los laboratorios. Confiábamos en la actitud ocasionalmente descuidada de Tudor. Una puerta que no tuviera echado el cerrojo, una pista, aunque también nos valían los fuegos artificiales con que topamos. Pero enseguida llegaré a eso.
Antes, la dulce Isabel.
Ha de saber que ese trocito de cielo era una psicópata al nivel de Tudor. Psicópata se queda corto. Creo que al tercer día, ya de madrugada, fue cuando J. y yo, mientras V. ya intentaba dormir en su habitación, topamos con el Horror. Lo vimos como poca gente ha tenido que presenciarlo.
»Mire a su alrededor, dese cuenta de lo hermoso que es este lugar. ¿Sabe una cosa?, creo que nos merecemos cada uno de los fajos que robamos. Cada paseo por la playa y cada baño en esas aguas tibias y cristalinas. Nos merecemos todo el placer posible; cada comida deliciosa, cada polvo descomunal con las lugareñas y cada nuevo juguete tecnológico. Después de lo que vimos en nuestro paso por el Tudor, que a cierto nivel aún se nos pueda considerar prófugos de la justicia es de risa, señor periodista objetivo de izquierdas.
»Isabel, antes de todo aquello, ya se había iniciado en su propia aventura snuff. Aún era una aficionada, pero con el tiempo se registró su laptop de Hello Kitty. Decenas de videos de chicos y chicas torturados, asesinados. La muerte más lenta posible. La tierna Isabel fantaseaba con un taladrador y una jovencita bien atada. Tudor le dio mucho más.
»El Tudor contaba con su propia y amplia sala de torturas; el salón de recreo de la chica de moda.
Oímos unos gritos, muy apagados, pero nos guiaron hasta una puerta.
Ha de saber algo. Tudor tenía plena confianza en que lo que pasaba en el hotel era tan extraño y delirante, que con la gente de paso sólo cabían dos opciones: o bien se olían algo y se largaban aterrados y sin ganas de policía, o bien tomaban parte.
Aquella situación, que culminó con la Reina Isabel, se había alargado durante más de quince años. Quince años, señor periodista, en un mundo cebado, con obesidad mórbida a base de información, pero también hasta los topes de cinismo. Y de miedo. Un miedo cerval que se sigue ramificando, política, ideológica, socialmente. El miedo es una mercancía muy valiosa para los más egoístas.
La mayoría de gente no quiere saber nada de ciertos mundos que hay en este. Y yo no les puedo culpar. Quizá un día atisban algo, ven por una puerta entornada u oyen algo, y se van, rezando por que no les vean.
Tudor jugó esa extraña carta: una discreta indiscreción para provocar la discreción total. No harán nada, nadie se hará el héroe, todo es demasiado raro aquí, lo suficiente como para que nadie intente entenderlo.
Hasta que algo pasó.
»Isabel tenía todo tipo de sierras, cuchillos, máquinas y armas de fuego. También una trituradora de madera y un horno industrial. Por las tardes paseaba por la zona de la piscina con Tudor. Ella señalaba a alguien. Le daban conversación. Que si de dónde era, con quién había venido. A Isabel le gustaba intimar un poco antes, ver cómo era la persona en estado de relajación, o aún más: de vacaciones. Le gustaba contrastar su sonrisa con su posterior cara de horror. Para ella lo mejor no era matarlos, era la perspectiva del sufrimiento atroz en sus ojos. El momento justo antes de la amputación, o de ver su brazo entrando en la trituradora de madera.
La sala también contaba con un par de profesionales, estómagos de acero que se encargaban de alargar al máximo el estado de conciencia de la persona torturada.
Para capturarlos, se activaba un gas en la habitación adecuada. Supongo que le hemos hablado poco del Tudor en su faceta domótica. Creo que nos lo agradecerá.
La sala, relativamente insonorizada, estaba en un zona apartada del segundo piso, lejos de las habitaciones. La puerta tenía un ojo de pez, muy al estilo Tudor (tanto el fulano como el hotel). J. aguantó unos dos minutos mirando. Bastante más que yo.

J.
Es sorprendente cómo uno puede seguir adelante después de haber presenciado algunas…
Es como si de alguna manera se te debiera algo, como si tu vida pudiera detenerse y de golpe estuvieras sentado ante el Creador. Alguien muy compungido te diría:
–Lo siento, esto no tenía que ser así.
Dios aprieta pero no ahoga.
–Ahora mismo renacerás en otro cuerpo y tendrás una vida aceptable. Sentimos las molestias.

Pero no. Sigues adelante. Pones un pie delante del otro y te vas de allí, muy consciente de que todo aquello te supera. Demasiado dramático, demasiado terrible y televisivo. Indigerible desde tus códigos personales, desde tus claves, tu forma de entender el mundo, de intuirlo. Aun sabiendo que las atrocidades suceden, sólo puedes asumirlas como acciones ajenas y lejanas. No es tu mundo, joder, que les jodan. Nos es justo que atraviesen esa línea roja personal, tu última frontera de la negación. Nadie puede ser feliz o una persona funcional si no niega en cierta medida que esas cosas pasan. No lo piensas, y al no pensarlo y convertir esa actitud en algo sistemático, es como si no existiera.
Así, no hay manera de asumir la imagen de Isabel decapitando con una sierra eléctrica a una niña de trece años.
De modo que te piras. No puedes hacer nada más. Te alejas de esa bomba, de ese sistema ajeno, de ese mundo. Te montas en tu nave, arrancas y procuras que la onda expansiva no te alcance. Entiendes perfectamente a la gente que, en tu mismo lugar, se largó y no dijo ni pío. Hablar sería aceptar esas salvajadas como parte de tu mundo. Y no es tu mundo; lo que has visto no ha sido tanto un asesinato como un fallo. Como los fallos en Matrix. Como si un pez salta a tu barca. No, colega, cada uno en su sitio.
Así que R. y yo, sin decir nada, caminamos alejándonos de aquella especie de metaimprevisto completamente irreal y absurdo.
Nosotros buscábamos otro tipo de horrores, quizá no menos graves, pero más asumibles de algún modo. ¿Cómo quiere que se lo explique?

¿Cómo se logra crear clones humanos que además crezcan hasta lo que a ti te dé la gana en cuestión de días o semanas.
El viejo ensayo y error.
Por el camino creas un montón de aberraciones, pero en el Tudor no existía la ética. Las vimos, sumergidas en vitrinas como barriles de cristal, en un líquido azul que brillaba exactamente como la pelota flotante de la cueva. Lo sabías, de un modo instintivo, era como retomar el contacto con una vieja amiga. Parecía evidente que aquel fenómeno, suponemos que extraterrestre, había sido descubierto en distintos puntos, con distintas formas y en distintas densidades. Es de suponer también que tenía algún valor práctico.
Nuestro monolito.
Sólo que los seres humanos no tenemos tanta paciencia como los monos, y quizá aquel material orgánico no se había expresado aún debidamente.
Era un laboratorio de horrores, pero veníamos de echar un vistazo a la novia adolescente del país matando a una cría, de modo que…
La realidad se suele manifestar de esa manera, como si estuviese narrativamente desordenada, escrita con mal gusto y poco sentido del suspense.
Aquí estamos, señor periodista, usted y yo. Llegaremos de la mano al final de esto, se lo prometo.

13- CREMATORIO

J.
¿Quiere los detalles? ¿Quiere que hablemos de torsos sin extremidades y con un ojete en la frente?
No sé por qué los conservaban, no creo que nadie se pusiera cachondo con eso, ni siquiera en el Tudor. Imagino que sumaban para la investigación.
Me da la sensación de que usted es un tanto… literal, ¿no? ¿Cuánto hace que tiene Twitter?
»¿Alguien le ha dado el dato? ¿Yo? No sé cuántos días pasamos allí. Me da la sensación de que fue una eternidad, pero no creo que llegara a la semana. Sencillamente todo se desató con nosotros en aquel lugar. Nosotros simplemente habíamos hecho el recorrido del turista curioso que acto seguido se larga de allí pitando. Pero continuaron pasando cosas, y…
El caso es que el turista accidental no se chivaba de nada de lo que veía allí. Le superaba por completo. Se lo guardaba como una historia de terror para contar entre colegas, lo que le granjearía fama de tarado o flipado o magufo… No sé cómo lo llaman ahora.
Otra cosa eran los clones.
»Algo pasó con una chica a la que estaba torturando el símbolo feminista oficial. Isabel debió calcular mal; al parecer escogió a una “gemela”, aunque no el duplicado, y a base de puñetazos o lo que sea, la despertó del letargo. Esta logró escapar de su torturadora y los ayudantes psicóticos, y se puso a grabar stories histéricos como si no hubiera mañana. Y en parte no lo hubo…
Tenía noventa millones de seguidores sólo en Instagram.
La clave, hágame caso, es que quería más. Era su oportunidad para triplicar el número, para hacer tres veces más grande su huella digital. Las marcas se iban a dar de hostias aún más por salir en sus stories.
Algo pasaba en el hotel Tudor de Osandía, y por fin alguien tenía una razón para contarlo.

R.
Se desató la histeria, y Tudor tomó una decisión. Había sido relativamente previsor, y había construido un crematorio enorme a la par que los laboratorios. En tiempos, algunos obreros habían hablado sobre el tema. Logísticamente no les olía bien nada de todo aquello. No se les hizo ni puto caso.
Todo el servicio del hotel estaba contratado a cambio de un dineral para, teóricamente, salvarse o pringar con Tudor. Todos tenían pistolas de dardos potentes como para dejar grogui a un elefante. Sería más preciso decir ametralladoras.
Supongo que hace mucho que no se cree nada, pero también sé que usted sabe que existió ese crematorio, así como los conductos para el gas y la sala de torturas. Lo que no le cuadra es la “tecnología extraterrestre”, ¿verdad? Piensa que han inflado la historia. Es probable que algunos dijesen lo mismo sobre Hitler y Mengele en su día; no digamos sobre las lindezas del comunismo, que aún hoy día se considera cool en muchos foros izquierdistas. Todo el mundo tiene sus monstruos favoritos, ¿no se ha fijado?
Créame, aquello fue un Holocausto en miniatura.
Cierto es que no se encontraron todas esas criaturas deformes, por no hablar de la sustancia en la que estaban sumergidas. Fue lo primero en quemarse, evaporarse, consumirse. Se activó el gas además en todas la habitaciones y estancias, y todo el personal, ya con su máscaras de ídem, empezó a disparar a discreción contra las personas que había en y en torno a la piscina.

Sí, era un plan a la desesperada para eliminar pruebas, aunque con ello hubiera que destruir el hotel. De hecho, eso fue lo que hizo Tudor. Todos los empleados serían ricos de por vida, y lo sabían, sólo tenían que meterlo más o menos todo y a todos en el crematorio, y después reducir toda la manzana a cenizas.
Todo antes de que el viral de la influencer se tradujese en un asunto primero policial, y después de crisis estatal.

¿Sabe que no volví a ver a mis gemelas?

V.
Salimos pitando de allí, prácticamente en ropa interior. De pronto todo se aceleró. Prácticamente lo intuimos. Algún grito aislado, movimiento en la piscina, alguna discusión en voz alta. Fuimos a buscarnos unos a otros. Acabamos reuniéndonos en el pasillo en que se encontraban nuestras habitaciones. Nos calzamos y comenzamos a correr y bajar escaleras. Vimos algún que otro empleado cargando su arma con dardos. El gas se filtraba bajo la puerta de algunas habitaciones. Nos comenzaron a picar los ojos, nos tapamos la nariz y la boca.
Corrimos y corrimos, ya entre gritos y ruegos de clemencia.
»Llegamos como pudimos hasta la furgo, que seguía intacta en el sitio donde la dejamos, a unos quince minutos a pie. Parecía abandonada, era un milagro que no tuviera los cristales rotos y la parte trasera vacía. Las sacas seguían ahí, parecían empecinarse en seguir con el plan.

Así fue como la estancia en el Tudor, incluido el espectáculo en primera persona de su propio invierno ruso, nos salió gratis. Con una vida de regalo.
Murieron calcinados unas doscientas parejas de “gemelos” y en torno a cincuenta turistas. Para cuando el asunto trascendió, el fuego ya era visible desde cualquier punto de Osandía.

Cuando ya estábamos en la autovía, pisándole fuerte y acordándonos de Rigodón, pasamos junto a un cochazo descapotable. Al volante, Enrique Tudor, en el asiento del copiloto, Ella-Laraña.

14- UN NAZI

V.
Cada vez que parábamos en un restaurante de carretera o lugar similar, veíamos el Hotel Tudor ardiendo en la tele. Se comenzó rumorear la presencia de la dulce Isabel allí. Secuestrada y seguramente víctima de… lo que sea que hubiera pasado. Pero víctima, eso es seguro. Fíjense, mírenla en la foto, un ángel, un futuro brillante cercenado.
Los medios seguían a su rollo, en su habitual realidad paralela de asunciones e intereses.

No hay mucho más que contar, señor escritor. ¿Cuánto se cree de lo que ha oído? Supongo que lo que coincida con las historias de sus colegas. Es típico de ustedes los profesionales escuchar más a los voceros políticos que a los testigos cuando pasa algo. Escuchan a los propagandistas y se convierten en propagandistas.

Hubo una última cosa, en realidad, aparte del largo trecho de viaje que nos quedaba. Creo que fue una especie de desahogo que R. necesitaba desde hacía al menos cinco o seis años.
Fue en un bar de carretera: El coño de Manuela.

R.
¿También quiere hablar de El coño de Manuela?
Era un antro de camioneros, y créame, no siempre se come bien donde paran los camioneros.
»Hicimos un amigo, sí. Era como un skin de los años 90. Apenas se ven ya, el típico nazi que en realidad no tiene puta idea de lo que significan los símbolos que lleva tatuados. El tarado que podría matar a palos a un negro si ve uno por la calle. Lo que le digo: un nazi. Uno de verdad.
Desde hace unos años, hay gente que ve fascistas por todas partes; en un 95% no es más que un hombre de paja constante. Si se ven acorralados hablando de política con alguien, le comienzan a llamar facha. Llaman facha a todo cristo, también a gente a la que ni conocen ni han oído hablar. Les han dicho que son fachas, y a ellos eso les basta; es como un teléfono escacharrado entre idiotas con la camiseta del Che. No seré yo quien le descubra que ahora hay progresistas muy agilipollados, ¿verdad? No se ofenda.
Lo que pasó con el nazi fue que J. le miró un instante la esvástica que llevaba tatuada en el cogote.
Otro agilipollado. Este más clásico, o quizá simplemente más mainstream. A la gente le chiflan los nazis. No les hables de Stalin o Mao; donde haya un buen oficial nazi vestido de Hugo Boss, que se quiten los gulags.

El tío se acercó a nosotros. No iba de buenas. Estaba amenazando con meterle el puño por el culo a la madre de J., y entonces un relámpago recorrió mi brazo.

J.
R. le dio un puñetazo al nazi como yo jamás he visto. Sonó como si tiras un melón desde un tercer piso.
El tío cayó al suelo, intentó revolverse. R. se abalanzó y no dejó de pegarle, no quiera saber cómo de le dejó la cara. Le daba sin parar con el puño cerrado y hablaba sin parar.
–Siempre la misma puta monserga. Os vais a quedar todos aquí con vuestra puta mierda de trincheras y debates y vuestro Twitter de los cojones. Si no eres tú, son los otros gilipollas, gilipollas por todas partes. Pero yo no puedo ser equidistante, oh no, ¡eso es pecado!, ¿verdad? Puto ignorante de mierda. Deberíais follar entre vosotros, yonquis de la política, de las dictaduras, guerracivilistas de los cojones, fachas, nacionalistas, progres, gilipollas perdidos, coño. ¿Ya no eres tan fuerte? ¿Qué le vas a hacer a su madre, eh? Voy a llamar a un negro y que te la meta por el culo hasta que te guste Ricky Martin, cabronazo.

15- TERMINANDO

V.
¿Ya está? ¿No han querido seguir hablando con usted?
No sé si yo tengo mucho más que decir.
Rigodón estaba en Talesa, sí. Estaba tan colocado y embebido de la playa y sus “amigas” y todos los colegas que había hecho en todos los chiringuitos, que creo que al principio ni se acordaba de nuestro asunto.
Básicamente tenía que poner a buen recaudo nuestra pasta y arreglar la movida del jet.
Usted ya sabe dónde estamos, y sabe que nosotros no amenazamos a nadie, pero, como ya le dijimos, confiamos en su promesa de discreción.
¿Cuánto tarda en prescribir un atraco? La verdad es que nunca lo hemos mirado.
¿Hay algo que no nos está contando?
¿No se meterá en un lío por no delatar nuestra ubicación o algo por el estilo?
¿Cuánto tiempo más cree que seguiremos viviendo aquí?

Sí, creo que es usted un gilipollas. Pero lo creo de mucha gente, no se preocupe, y yo sé que usted me considera una tarada. Creo que sabe que no somos peligrosos, pero no querría un hijo como nosotros, ¿verdad?
Nosotros tampoco queríamos padres como usted.

Si quiere ver algo, venga conmigo. Es mejor que se ponga esas gafas de sol tan a lo Fidel. Pero cuando lo vea, no quiero que se desquicie ni grite, y nada de ataques cardíacos. Quizá ahora entienda ciertas cosas. Usted decidirá lo que hace con la información.
Hay que ir hacia aquellas rocas.
Dígame, ¿qué ha leído sobre universos paralelos?

5a4449ee5e5db2123d638ac53cf7b2d3


Viewing all articles
Browse latest Browse all 45

Latest Images





Latest Images